Hay un tema que une y desune a viajeros de todo el planeta, y es que cada uno de ellos tiene una visión completamente diferente sobre si es adecuado o no entablar conversación con el vecino de asiento. Hace unos días me hizo pensar en esta cuestión mi adorado amigo Riccardo, un ser maravilloso al que le gusta mantener distancias con los desconocidos y al que la sola idea de que su compañero de asiento pueda interrumpir su calma mental durante un vuelo transoceánico le hace palidecer de terror. La conversación surgió con motivo de un viaje a Japón que estaba a punto de emprender, y ahora sólo deseo que regrese pronto para saber si ha podido “driblar” la delicada cuestión con su habitual elegancia.
Yo confieso que soy de las que habla con el viajero de al lado en la mayoría de ocasiones. Es verdad que no soy yo la que busca la conversación en principio, pero como hay algo en mi que da a entender que me gusta charlar pues es bastante fácil que mi compañero/a de al lado se decida a contarme alguna historia. He conocido gente de todo tipo durante mis viajes en avión, tren y barco, y si bien es evidente que la intensidad de la relación es directamente proporcional a la duración del trayecto, es evidente también que en más de una ocasión he deseado que el vuelo se prolongara durante días y días, mientras que en otras ocasiones me he arrepentido de no haber cogido el AVE que para en todas las estaciones para poder bajarme del tren antes de tiempo. Y es que entablar una conversación con un desconocido entraña sus riesgos, dos horas de vuelo pueden convertirse en un trayecto de diez minutos gracias a una animada charla, o bien tres horas de tren pueden resultar más largas que todo un viaje en el Orient Express con sus días y sus noches.
Haciendo repaso mental de mis fugaces relaciones con el vecino del asiento contiguo he recordado a interesantes personajes que afortunadamente en la mayoría de mis casos hicieron de mis trayectos un viaje muy entretenido. Recuerdo el simpático periodista romano que hizo de un vuelo Frankfurt / Roma un viaje sumamente interesante y con el que la conversación continuo en la cinta de equipajes, en el taxi desde el aeropuerto a Roma y con el que compartimos más de una velada de cine en la ciudad eterna. Recuerdo también el ingeniero que trabajaba en la Boeing, y que hizo de un vuelo Nueva York – Seattle la experiencia voladora más placentera de mi vida por como dedicó su tiempo a explicarme todos y cada uno de los pequeños ruiditos con los que nos iba obsequiando la aeronave en un vuelo bastante intenso. Hace unos meses recuerdo también una persona muy silenciosa que viajaba junto a mí en el AVE y a la que no podía dejar de mirar de reojo porque sabía que lo había visto en alguna parte. En ese caso confieso que intente captar su atención de alguna manera pero sus auriculares y un libro del que no apartaba la mirada no me dieron ninguna “chance”. Lo peor del viaje fue cuando bajando del tren vi que una pareja se acercaba al misterioso vecino para felicitarle por el último concierto en Málaga que según sus palabras habían disfrutado mucho…Unos meses después sigo pensando en quien era aquel cantante con el que nos habíamos cruzado una sonrisa de cortesía al bajar las maletas y cuya cara me sigue sonando. Durante mis años en Italia en los cuales cogía una media de ocho trenes por semana para ir y volver de la Toscana, recuerdo que era muy sencillo poder entablar conversación con los demás viajeros. De mis compañeros de tren recuerdo un encantador joven argentino del que sé que ahora vive y trabaja en Portugal y con el que habíamos desayunado en más de una ocasión esperando nuestras conexiones con los trenes regionales, también mantuve una breve amistad con un publicitario que editaba una revista turística dedicada a la Toscana y en uno de mis trayectos conocí también a una maravillosa señora romana que cada viernes me invitaba a cenar a casa con su familia porque era el día en el que hacían pescado al horno. Era una familia fantástica que vivía en una casa maravillosa en lo alto de una de las colinas de Roma. Ahora que lo pienso hace muchos años que no sé nada de ellos y la verdad es que me apena porque eran unas personas fantásticas. ¿Quién sabe si Facebook, el mejor aliado en estos casos, me ayuda a recuperarlos?
En mi lista de compañeros de asiento recuerdo también a una deliciosa familia mexicana, a una monja simpatiquísima de Burgos que vivía cerca de Florencia, a una pintoresca familia americana que quería vivir la experiencia de la protagonista de “Bajo el Sol de la Toscana”, y a muchos y muchos viajeros con los que compartí charlas, risas, impresiones y que me colocan sin lugar a dudas en el bando de los “yo sí que hablo con el viajero de al lado”.