Me gusta el vino, blanco, a la temperatura adecuada. No soy un gran catador, no tengo paladar para notar todos los matices que me gustaría, pero disfruto bebiendo vino, con amigos y familia, de viaje, e incluso, lo confieso, yo solo viendo una película en mi casa. No soy ningún connoiseur del vino, no tanto como me gustaría al menos, pero relaciono el vino con buenos momentos, un cumpleaños, una inauguración del piso de un amigo y por supuesto, con algún que otro viaje.
Tengo la manía de guardarme los corchos de las botellas que abro en alguno de esos momentos, el problema es que esa manía la cogí tarde, así que no tengo todos los corchos que me gustaría. Por suerte tengo una memoria un poco decente como para no olvidar esas primeras botellas que marcaron el principio de mi relación con el vino. Así que entre los corchos del estante de mi habitación y mi decente memoria, estas son algunas de mis botellas inolvidables:
La primera botella que bebí fue un Mar de Frades de 2013, un 13 de octubre de 2013 y estaba en una de las tantas visitas que he hecho a Bilbo. Fuimos a comer a Larruzz, un restaurante que hay en la ría al lado del Guggenheim y pedimos una botella de vino para comer, yo no lo había probado nunca, mi madre me dijo “es un Albariño muy suave y muy rico, ya verás”. Evidentemente, el vino me encantó y a partir de ese momento, de esa botella, todo cambió.
31 de diciembre de 2015, Paris. Fuimos a pasar 5 días a París con 3 amigos para celebrar fin de año y visitar la ciudad. Para la cena fuimos a comprar unos quesos para preparar una tabla, un poco de paté y salmón, todo aderezado con un par de botellas de Beaubon. Fue un viaje del todo inolvidable, disfrutamos todo y más y sobre todo, fuimos increíblemente felices. Aquellas dos botellas fueron nuestras últimas botellas de 2015. De las mejores formas de cerrar el año.
29 de septiembre de 2016, Gosol (Lleida). Viaje sorpresa para celebrar el cumpleaños de un muy buen amigo, el plan era ir a pasar un fin de semana a un camping en la montaña, desconexión, barbacoa y vino. Y así lo hicimos, compramos una caja de 6 botellas de Paco y Lola (de la cual solo pagamos una, desde aquí un saludo a la cajera del supermercado). Pero hubo una, la primera noche, en la terraza del bungalow, a medias con el “cumpleañero”, en la que arreglamos el mundo, o al menos lo intentamos, que supo a gloria. Además, hacia frío y la botella mantenía la temperatura perfecta.
24 de diciembre de 2016, aeropuerto JFK de Nueva York. Nueva York, es una de mis ciudades, allí he sido muy muy feliz, esta era la tercera vez y fue increíblemente mágico. Además, era Navidad, y quizá NYC sea más NYC en Navidad, con todo decorado. Fuimos a pasar 6 días, fue mi regalo de los 25 años y no lo pude disfrutar más. Tocaba volver y comimos en el aeropuerto, unas quesadillas y una hamburguesa, todo acompañado con una botella de Oak Oval Gewürztraminer de 2015, fue la botella con la que cerramos un viaje maravilloso.
13 de diciembre de 2014, Girona. La cena de mi vida, así, tal cual. He tenido la suerte de poder cenar en muy buenos restaurantes, pero ninguno como El Celler de Can Roca. Aquello fue otro nivel, fue magia. La felicidad en forma de cena, 21 platos con su pertinente maridaje, y de entre todas aquellas copas una que destacó sobre el resto, una copa de Les Foulards Rouges Frida de 2010. Fue una sensación inexplicable, había algo en aquella copa que se quedó dentro de mi. La memoria del gusto que dicen…
Estas son algunas de mis mejores botellas, durante estos años, desde aquella primera botella en 2013, he probado muchos y muy buenos vinos y he aprendido que el vino no es sólo descorchar, servir y beber. El vino es mucho más, el vino son los bodegueros, es una filosofía de vida, es química y física, es el terroir, es toda la gente que hay detrás de una botella.
Para terminar, una frase que leí no hace mucho de Eratóstenes: “el vino revela lo que está oculto”.
