Soy muy afortunada, ¿sabes por qué? Por volver a Namibia. Un país que me enamoró por primera y por segunda vez. Salvaje, único, imponente, extremo, lleno de contrastes y comodidades al mismo tiempo. Un lugar al que quiero llevarte, para experimentar desde el sillón, un viaje de confort salvaje!
Nada más pisar tierra con mis pies no podía dejar de sonreír. Puesto que por aquel entonces todavía vivía en Alemania, sentir la brisa cálida del verano en mi cara fue una sensación indescriptiblemente agradable! Que ilusión volver a África!
Con el 4×4 a punto y desde la capital Windhoek, nos dirigimos hacia la ciudad costera de Swakopmund a lo largo de 340km por carreteras de tierra sin apenas civilización y casi sin cobertura, durante ocho horas, a través de una ruta muy cambiante.
Lo que empezó siendo verde infinito hasta el horizonte, cambió progresivamente a un paisaje más seco y rocoso hasta ir convirtiéndose en algo parecido a un desierto de arena y piedrecilla infinito, hasta llegar a Swakopmund, dónde fuimos acogidos por unos familiares.
El desierto de verdad
El 2ª día nos adentraríamos a una zona prohibida… solo accesible con guías locales. Cinco horas rodando entre arena y pequeñas dunas muy cerca de la costa. Llegar a nuestro destino final plantándonos sobre la cima de una gran duna, fue espectacular. No sólo porque teníamos unas vistas panorámicas impresionantes hacia la costa de Sandwich Harbour sino porque estábamos en el desierto. En el de verdad! Rodeados de dunas enormes!
Y espera, porque la acción no terminaba aquí. Llegó el momento de tirarse por las dunas a toda velocidad, Yiiiija! Imagínate… el coche se posiciona en dirección al vacío en el filo de una duna, solo ves arena de formas difusas a tu alrededor, te quedas colgando del cinturón literalmente y acto seguido el guía pisa el acelerador! AHHHH! sientes el vértigo y sin darte cuenta sintiendo un vuelco en el estómago ya estás subiendo otra duna a toda velocidad! El desierto era IM-PRE-SIO-NAN-TE, sus formas, sus texturas, sus líneas confusas, inmenso, cambiante, salvaje y nosotros tan pequeños jugando con las dunas como si fueran juguetes.
El ardiente y solitario desierto
El 3r día partíamos hacia el sur. 350 km repletos de desierto y nada absoluta con puntos clave muy específicos. Grandes rocas solitarias, árboles autóctonos y un pequeño cañón. El cañón de Quiver, que separa a un lado el paisaje de tierra infinito del que veníamos del lugar en el que habitan algunas de las dunas más grandes del mundo!
Pero para lugares interesantes, Solitaire, una minúscula granja muy transitada, conocida por 3 razones: Por su pastel de manzana buenísimo (lo confirmo!), por el look tan cool que los coloridos coches que allí exhiben dan al lugar y por ser el punto en común de la mayoría de turistas que se dirigen hacia el sur y quieren llegar a uno de los destinos más visitados del país, Sossuvlei.
Pero primero, recorreríamos 80km para llegar al paraíso… Al Desert Quiver Camp, un lodge de cabañas enormes y modernas en pleno desierto, con vistas a la inmensidad. Salvaje, tranquilo y lujoso al mismo tiempo. Y por si fuera poco, a medida que atardecía, el cielo iba adquiriendo tonalidades más oscuras hasta dejar dibujadas tan solo las siluetas de la noche africana, silenciosa, agradable… hasta oscurecer del todo. Ahí si que aluciné al mirar hacia arriba y ver todo el cielo brillante como nunca nunca lo he visto!
Las dunas rojas de Sossusvlei
Llegó para mí, el día más esperado del viaje! 4º día, 09:00 am, 35°C, cámara en mano, lista para dar mis primeros pasos sobre Duna 45 (170m). Qué curiosidad! Cómo sería pisar? Se me hundirían los pies subiendo? Sería blando? Duro? Lo imaginaba de todo menos consistente. Pero para mi sorpresa, al dar la primera pisada, en mi mente resonó un “oh, estable”. Resuelta mi curiosidad, mi mente pasó a nuevas cuestiones como total inexperta en dunas que era!
Sentía una mezcla de riesgo, emoción e incertidumbre, pero si algo tenía claro, era que quería llegar hasta arriba. sí o sí. Y una vez arriba… todo estaba muy alto… daba mucho respeto y aunque fueran de arena, eran acantilados lo que tenía a los lados… Pero saqué valor y fue súper divertido!
Me hubiera encantado repetir pero proseguimos hacia Deadvlei. Un pantano muerto rodeado de grandes dunas rojizas, con una gran particularidad: un cementerio de árboles de más de 600 años yace sobre él. Hace mucho tiempo, el río Sossusvlei pasaba por allí, pero los movimientos tectónicos cambiaron su curso, cambiando este paisaje para siempre y convirtiéndolo con el tiempo en esta maravilla terrorífica de la naturaleza.
Sossusvlei es un lugar único. La inmensidad y la implacabilidad del desierto la podías sentir en tus carnes, rodeados completamente por un infinito mar de montañas de arena en los que ardía respirar. Un desierto ancestral, formado por algunas de las dunas más altas y antiguas del mundo.
De vuelta en el paraíso y desde el bar del lodge, que parecía un chiringuito de playa con su piscina, vimos cómo se iba apagando un precioso atardecer sobre el horizonte del inmenso desierto. Ese momento, ese lugar, esa luz y ese contexto me pareció un momento único e irrepetible.
La fiebre de los diamantes
El 5º día dejábamos el paraíso para continuar nuestro viaje hacia el sur, sobre las cálidas tierras namibienses. Vimos bastantes animales: cebras, oryx, gacelas,… hasta llegar a un lugar que definitivamente contrasta con el desierto. El Castillo de Duwisib, un lugar de señoritos en medio de la nada a 160km de dónde veníamos.
Resulta que Namibia fue colonia alemana a principios del s.XX así que un Barón de la familia Wolf (junto a su mujer) se fue a Namibia y mandó construir la fortaleza. La estancia de los Wolf fue corta, ya que mientras viajaban a Europa en 1914, estalló la 1ª GM. El barón se alistó al ejército y a las dos semanas lo mataron. Su mujer nunca reclamó el castillo y ahora pertenece al gobierno namibiano desde 1970.
Trescientos kilómetros después, llegamos a Seeheim, un pueblo fundado en 1896 como base del ejército alemán. Durante la 1ª GM su única misión fue conectar 2 ciudades entre terrenos inhóspitos: la ciudad costera de Lüderitz y Karasburg. La demanda de transporte alcanzó su punto máximo, cuando un trabajador ferroviario recogió un diamante a pocos kilómetros de Lüderitz… el resto te lo puedes imaginar!
Y en los últimos 100km del día, llegamos al Canyon Roadhouse, un lodge conocido por su estilo vintage, su hamburguesa riquísima y porque está a unos 20km del…
Fish River Canyon
Uno de los cañones más largos del mundo! El más grande de toda África y la 2ª atracción turística más visitada del país! Con una superfície de 5.900 km², una longitud de 160 km de barrancos, 27 km de ancho y profundidades de hasta 550 metros. Es producto de la erosión generada por las fuerzas del agua, el viento, la gravedad y los movimientos de la tierra desde hace 650 millones de años.
Actualmente es un cañón pedregoso, lleno de plantas resistentes a la sequía y generalmente seco. Pero hubo una época en la que incluso hubo glaciares! No te parece increíble? El Fish River Canyon comienza en Seeheim y desemboca en Orange, la frontera con Sudáfrica.
Por supuesto el día no podía terminar sin un atardecer con el Fish River Canyon como protagonista. Y para terminar la noche, tomando relajadamente algo bajo la brisa agradable de la noche, a las luces multicolores del lugar y con algunos oryxes comiendo hierba alrededor… de reojo vi algo… y salté de la silla para decir escorpión!
Adiós Namibia
Definitivamente el viaje a Namibia llegaba a su fin, ya que el 7º día volvíamos a la capital recorriendo medio país de golpe (más de 700km). Lo bueno es que íbamos a ver muchísimos cambios de paisaje, climáticos, gente y animales. Pero sobre todo, cuanto más cerca de la capital, más verde, más poblado y fue donde vi mis primeras jirafas! Que ilusión me hizo!
Y ya en la capital, Windhoek, pudimos pasar la última noche en casa de unos amigos antes de coger el vuelo al día siguiente y terminar el viaje. Un viaje… de muchos contrastes, muchísimo calor, solitario, silencioso y sutilmente peligroso pero lleno de vida, en el que la naturaleza convive como uno más entre los humanos. Repleto de lugares salvajes, lujosos, únicos y especiales.
Un viaje de esos que te dejan sin palabras. De los que repetirías con más tiempo y calma para saborear hasta el último detalle de la experiencia. Un viaje, que a pesar de todos sus potenciales riesgos, sólo han ocurrido cosas buenas. Y eso es de agradecer. Es un regalo haber tenido la oportunidad de acceder a lugares únicos en el mundo y al mismo tiempo haber experimentado a la Namibia más amistosa.
Fotos: Marta G Perez