Amo la playa y sé que siempre la he amado, entre otras cosas, porque está ligada a muchos de mis mejores recuerdos de la infancia. Desde bien pequeña, la playa era un autobús abarrotado con mi madre y mis hermanas en el que nada más acabar el colegio pasábamos largos ratos para llegar a las que entonces eran las playas más cercanas de Barcelona. Todavía quedaba mucho para que la Barcelona olímpica nos devolviera el mar a los barceloneses. La playa eran los bocadillos de atún que mi madre preparaba como nadie, un polo de naranja a la orilla del mar, y una pelota de Nivea como la de la pancarta que llevaba la avioneta que nos sacaba de nuestra ensoñación siestera con su ruido infernal sobrevolando el mar.
La playa de aquellos años era también la de las dos horas de digestión (no he superando todavía enterarme de que todas esas horas fueron baños “robados”…) y la de esa indolencia infantil que nunca más regresa pero que se queda bien grabada en la memoria, cuando muchos años después recordamos que nuestra infancia estival olía a esos bocadillos de atún, al aceite bronceador de coco, y a ese “profumo di salsedine” que impregnaba la piel como tan bien canta la canción.
Muchos años después sigo amando la playa y nadar en el mar. Tengo maravillosos recuerdos de playas increíbles, solitarias, de baños de día y de noche, y cada vez que llega este momento del año siento la imperiosa necesidad de lanzarme a nadar en mar abierto y dejarme mecer, sin pensar en nada, por las olas del mar. Creo que nadar en el mar es tremendamente terapéutico, es un relajante natural y para mi es un momento que no puede faltar en ninguno de mis veranos.
De todas las playas que he recorrido en los veranos de mi vida no puedo dejar de pensar en los baños increíbles que he disfrutado en las aguas incomparables de Cerdeña y Sicilia. En la isla de Cerdeña una excursión en barco de vela me llevó a conocer el archipiélago del parque natural de la Maddalena y nadar en unas aguas de un verde tan puro que hubiera sido capaz de quedarme en el agua días enteros para hacer perdurar el momento. Fue uno de los lugares más bellos que yo he visto en mi vida y al que año tras año me prometo volver. Si añado que a ese baño inolvidable le siguió un almuerzo a base de spaghetti con almejas, cocinados en la cubierta del barco, y un par de copas de vino blanco disfrutando de la vista de semejante paraje, es fácil imaginarse la absoluta perfección del momento.
Otro baño difícilmente olvidable es el que me llevó una mágica noche de verano a nadar a la falda del volcán Stromboli en la isla que lleva su nombre. Disfrutar de las cristalinas aguas sicilianas contemplando el volcán en todo su esplendor, mientras se ven a lo lejos las chispas de fuego que lanza el gigante desde su interior es una experiencia que recomiendo a todo el que haya previsto viajar a Sicilia, y recorrer las maravillosas e incomparables Eolias.
Son muchas las playas que han llenado de momentos maravillosamente veraniegos mis ansias de mar, y recuerdo también con especial cariño las fantásticas calas escondidas de Mallorca y Menorca que mi padre, también gran amante del mar, nos llevaba a descubrir con esa pasión que ponía en todo lo que hacía.
También permanecen en mi corazón las inmensas playas de Gandía con esos tramos de arena infinita que las hacían enormes a mis ojos de niña, y esos momentos de diversión con mis primos en nuestros veranos de familia.
Otras de mis playas preferidas son las de Agua Amarga en el Cabo de Gata, aguas cristalinas junto a un pueblo blanco que te conquista desde que lo ves por primera vez y un lugar en el que parece que el mundo lleva un ritmo maravillosamente lento. Toda la zona del parque natural del Cabo de Gata es un regalo para el que ama nadar, gozar del mar, sin otro equipaje que una toalla, un libro y un bocadillo de atún…
En estos últimos años una de mis playas favoritas es la del Paseo de la Ribera de Sitges, allí empiezo a disfrutar el mar cuando desde la moto puedo casi alcanzar con la punta de los dedos las aguas de la costa del Garraf. Me gusta esa playa porque es un lugar tranquilo en medio del caos, porque sus aguas claras y frías me devuelven las ganas de nadar tras el “letargo” invernal y porque sé que volver a ver a mis amigos Emilio y Samantha es sinónimo de alegría y cariño en estado puro.
1 comentarios
Precioso relato Olivia. Creo que nadie escapa a la magia del mar, que has sabido captar y plasmar perfectamente en tus palabras. Como decía la canción “guarda il mare quanto e bello!”