Viajar antes de Viajar

Andalucía

Una ruta para escuchar de fondo el transcurso de la historia. Una ruta jalonada de alcázares, mezquitas, iglesias, sinagogas, castillos y pueblos bajo los que laten ocho siglos de guerras y paces, de intercambios culturales, de profundos mestizajes. El legado cultural, religioso, político y social que supuso la estancia de los musulmanes  en nuestra península es fabuloso. En la Edad Media fluyeron por esta ruta el arte, el conocimiento y las ciencias de ahí que fuera catalogado como Itinerario Cultural Europeo.

“Esta ruta es un goce para los sentidos, no sólo por su sabor cultural, sino por sus olorosas campiñas, rellenas de viñedos y olivos, y la belleza de parajes de gran valor natural y ecológico.”

El camino se inicia en Córdoba, el apogeo cegador que hizo palidecer a las demás ciudades de Europa, y termina en Granada, el refinado manierismo terminal de una civilización puesta en jaque antes de acabar la Reconquista. Son 180 kilómetros que hay que recorrerlos con calma, pararse en cada pueblo, disfrutar de cada rincón. Desde Córdoba hay dos opciones: El camino norte por la N-432 y el sur, por la N-331. A partir de Alcalá la Real se sigue una única vía. Esta ruta es un goce para los sentidos, no sólo por su sabor cultural, sino por sus olorosas campiñas, rellenas de viñedos y olivos, y la belleza de parajes de gran valor natural y ecológico.

Todo viaje tiene un motivo,

un por qué escogemos un lugar.

En mi caso los sintetizo en tres

Mis porqués

El blanco de las casas encaladas

cubiertas de tejas rojas y adornadas con macetas de geranios, las callejuelas estrechas y ensortijadas que esconden rincones con fuentes y frescor, los barrios antiguos que trepan hacia las fortalezas destilan aún las esencias de los trazados urbanos de los tiempos del Califato.

Las fortalezas que aún se muestran poderosas

las atalayas, que recortadas en las lomas nos recuerdan tiempos de conflictos fronterizos, las mezquitas, las iglesias que se construyeron sobre sus restos, la arquitectura renacentista o barroca que a lo largo de los siglos fue embelleciendo las villas nos regalan una enorme riqueza cultural.

La riqueza de su gastronomía

recoge recetas tradicionales, algunas rescatadas de manuscritos árabes. Satisfacer al paladar también forma parte de esta ruta. Platos populares como el salmorejo, alcachofas a la montillana, rabo de toro, escabeches o los flamenquines son una tentación. Eso sí, aliñados con aceites y regados con vinos de denominación de origen.

Empezó a levantarse en el año 785. Es un maravilloso ejemplo de sincretismo cultural. Por la Puerta de los Deanes  podemos acceder al Patio de los Naranjos, antiguo lugar para las abluciones previas a la oración, donde ahora borbotea una fuente barroca con un armonioso murmullo de agua que se dispersa en las acequias que unen a los naranjos. El primer espacio que encontramos parece un oasis de palmeras arquitectónicas. Es la Sala de Oración. 1.300 columnas de mármol, jaspe y granito, entrelazadas con 365 arcos de ladrillo rojo y caliza blanca, recorren un espacio formado por 11 naves longitudinales y 12 transversales que ofrecen, mires desde donde las mires, una simetría bicolor fascinante.

Es la imagen universal de la Mezquita, que en el fondo sudoeste esconde dos tesoros: El Mihrab, desde donde el imán dirigía sus oraciones, y su antesala, la Maxura. Allí es donde la decoración se exhibe con más esmero, con una bóveda, sobre un octágono, con arcos polilobulados y entrelazados, cubiertos de mosaicos de oro, plata y bronce. Una maravilla de arte al servicio de la espiritualidad.

Y de repente este lugar se convierte en Catedral.  Tras la expulsión de musulmanes y judíos, se incrustó una majestuosa obra arquitectónica cristiana en el corazón de la Mezquita. Durante sus dos siglos de construcción se fueron yuxtaponiendo diversos estilos: Bóvedas góticas, cúpulas renacentistas y capillas con elementos decorativos que van desde el barroco al plateresco. Una riqueza a la que se sumó la sillería del coro, labrada en madera de caoba, traída de las conquistas en el Caribe.

El paradigma de este abrazo cultural entre la Mezquita y la Catedral la ofrece la torre-campanario barroca. Se levantó en 1593 rodeando el alminar árabe que erigió Abderraman III en el siglo IX. Si subimos los 203 escalones disfrutaremos de una panorámica inolvidable de la ciudad, con el Barrio de la Judería a los pies, por donde podemos callejear después de visitar a esta maravilla arquitectónica.

El ovillo de callejuelas blancas, entre las que destaca radiante la Calleja de las Flores, invita a un paseo tranquilo y a saborear deliciosas tapas y vinos en sus tabernas. En el Alcázar de los Reyes Católicos podemos refrescarnos en sus jardines llenos de albercas, cipreses y naranjos. El Puente Romano, en cuyos pilares lleva cientos de años golpeando el río Guadalquivir, nos ‘regresa’ al Siglo I D.C. En el extremo sur de este puente luce con poderío la Torre de Calahorra. Al otro lado, la Puerta del Puente es un vestigio de uno de los accesos de la antigua muralla romana, que se ha ido reformando a lo largo de la historia. Vale la pena subirse a su mirador. Córdoba ofrece muchos rincones para disfrutar. Si le podemos dedicar dos días, mejor.

A ocho kilómetros de Córdoba encontramos los restos de la ciudad palatina de Medina Azahara, construida por Abderraman III.  Las crónicas cuentan que las embajadas quedaban deslumbradas por el lujo exquisito de sus palacios de mármoles rosas y verdes. Ahora sólo quedan restos de aquel fulgor artístico que duró poco más de 70 años y cuyas exquisiteces fueron arrasadas por guerras civiles. Pero las ruinas que encontraremos en nuestra visita aún reflejan el esplendor que tuvo en sus tiempos de grandeza.
A unos 30 km. de Córdoba, por la ruta norte que se ajusta el trazado de la N-432, Espejo nos ofrece la primera postal de nuestro recorrido. Sus casas blancas parecen trepar entre palmeras hacia su castillo que se recorta sobre el valle donde discurre el río Guadajoz. Esta villa presume de su pasado romano. De allí procedía la familia paterna del emperador Marco Aurelio. No muy lejos se perfila en el horizonte la torre del homenaje de otra fortaleza, la de Castro del Rio, un pueblo fronterizo en época del Califato que aún conserva restos de su muralla. Fue alli donde Cervantes estuvo preso por un enfrentamiento con la Iglesia cuando era cobrador de tributos.  Es interesante visitar la portada plateresca de la parroquia de la Asunción y el Barrio de la Villa, en la parte más alta.

Nuestra ruta transcurre entre campos de cultivo y el frondoso color verde de los olivos perfectamente alineados que resaltan las franjas ocres de la tierra que los separa. Las lomas moteadas con torreones, atalayas o baluartes, que han ido aguantando los embates del tiempo, desprenden olor a batallas de conquista y reconquista, a luchas entre moros y cristianos en estos enclaves de frontera. Baena se ofrece al fondo coronada por su castillo con cuatro torres.

Merece la pena que nos detengamos en esta villa un buen rato. Su casco antiguo es un delicioso conjunto de estrechas y empinadas callejuelas, que se escalonan hacia arriba y quedan encajonadas por el blanco de cal resplandeciente de sus casas y por el rojo de sus tejas. En este delicioso conjunto flotan las huellas andalusíes que nos empujan hacia el castillo, una fortaleza levantada en el siglo IX y ampliada tras la conquista cristiana. Desde su mirador nos podremos deleitar con una preciosa vista de la campiña y trasladar nuestra imaginación a los tiempos en los que los vigías no agudizaban la vista para el deleite estético sino para localizar al enemigo.

Esta preciosa villa nos ofrece también la Iglesia Santa María la Mayor, de estilo gótico flamígero. Esta deliciosa construcción, con tres espléndidos pórticos y delicadas capillas, merece una visita. Como la Iglesia del convento de las Dominicas, del siglo XVI. Albergan joyas como un Zurbarán, un Sánchez Coello y dos cuadros de Bassano.

Además de historia y arte, Baena se distingue por ser capital aceitera por excelencia. Se ofrecen aceitunas aliñadas de mil maneras y sus aceites de oliva virgen lucen con orgullo la etiqueta de Denominación de Origen. Recomendamos visitar su Museo del Olivar y el Aceite.
En los alrededores de Baena lucen los molinos tradicionales y las almazaras, lugares donde se procesa la aceituna para elaborar los sabrosos aceites. Se ofrecen visitas guiadas para conocer este delicado proceso de elaboración. Es una buena manera de despedirnos de un lugar cuya personalidad la marca la oliva.

Nos desviamos unos pocos kilómetros de la carretera principal para descubrir una fortaleza, cuya silueta recorta recia el casi siempre cielo azul y parece hacer equilibrio en el lomo de una cresta montañosa. Es el castillo, levantado en el siglo IX, de Zuheros, uno de los pueblos más pintorescos de la provincia de Córdoba. Sus casas blancas también trepan hacia su otrora fortaleza protectora que en la actualidad es la estampa que da personalidad a la localidad. Vale la pena perderse en sus rincones y buscar las alturas para gozar de una panorámica tapizada de olivos. En sus proximidades se encuentra la cueva de los Murciélagos, con pinturas rupestres y un mirador también abierto a la belleza del lugar.

Cerca, sobre otro risco, asoma el castillo de Luque, emplazado en el frondoso paisaje del Parque Natural de las Sierras Subbéticas. Una robusta fortaleza edificada en el siglo IX, casi mimetizada, por su forma y colores, con la roca y que luce vistosa en un emplazamiento privilegiado para la vigilancia. Pueblo tranquilo, que a la distancia ofrece un paisaje salpicado del blanco de sus casas que separan las angostas y empinadas callejuelas. El conjunto lo envuelve una preciosa panorámica.

De vuelta a la carretera principal nos encontramos con Alcaudete, pueblo situado en la campiña de Jaen, rodeado de olivos, huertas y viñedos. Su recio castillo, que en sus tiempos tuvo fama de inexpugnable, domina el lugar desde lo alto de una loma. Fue un bastión fronterizo frente al reino de Granada. Las tropas castellano-leonesas lo conquistaron, para entregarlo a la Orden de Calatrava. En su Centro de Interpretación se explica la forma de vida de los monjes-caballeros, las armas que usaban, sus instrumentos de guerra y su función frente al reino Nazarí. Una visita interesante. Casi adosada a la fortaleza, la Iglesia de Santa María, un catálogo de estilos arquitectónicos superpuestos, también merece una visita.

A poca distancia encontramos el pueblo de Castillo de Locubin. De su fortaleza sólo quedan restos, situados en un lugar conocido como la Villeta, donde se apretujan caseríos blancos desde los que podemos disfrutar de magnificas panorámicas. Sus calles calmas invitan al paseo y a degustar su producto estrella, las cerezas, que se ofrecen también en confituras y en sabrosas especialidades culinarias. Esta zona se ha convertido en uno de los principales centros exportadores de esta fruta a toda Europa. En pocos kilómetros llegamos a Alcalá la Real, punto de encuentro entre la ruta norte y sur para seguir desde allí el mismo camino hasta Granada.
La ruta sur desde Córdoba sigue el trazado de la N-331 con algunos desvíos. Ferrán Núñez, el primer núcleo que aparece, muestra las cuestas características de estos pueblos levantados sobre las espaldas de sus cerros. Su nombre se debe a uno de los beneficiarios del reparto de las tierras conquistadas. Su mayor atractivo no nos retrocede a la Edad Media, sino a 1783, cuando se construyó el Palacio Ducal, sobre vestigios de una fortaleza medieval. Envueltos en un paisaje de molinos de aceite y bodegas llegamos a Montemayor, cuya morfología responde a la de pueblo-fortaleza.

Desde lo alto de su castillo, bajo el que se arremolinan las casas del pueblo, se abre una panorámica de viñedos que nos enlaza con Montilla, que da nombre a la denominación de origen de su vino Montilla-Moriles. Obligado es recorrer bodegas y tabernas para descubrir y saborear sus caldos: finos, amontillados o el vino Pedro Ximénez que se elabora con la dulcísima uva del mismo nombre. Todos son regalo de una tierra muy generosa. Para sumergirse en el universo de los vinos puede ser interesante realizar una ruta (hay visitas guiadas) por los lagares. Pero los célebres caldos no son los únicos atractivos de esta villa. Un precioso patrimonio histórico-cultural aguarda al visitante.

También tuvo su fortaleza, pero Fernando el Católico mandó destruirla ante la rebeldía de su propietario, el primer marqués de Priego. Sobre sus ruinas se levantó en el siglo XVIII un imponente granero (podría confundirse con un edificio religioso), que dibuja fisonomía urbana desde lo alto de una loma. Los  torreones de las esquinas emergen en memoria de la antigua fortificación de la que quedan restos en la parte baja de la colina.

Un paseo por el barrio de Escuchuela nos aboca a un balcón debajo el que se despliegan, lozanos y ordenados, los viñedos, su gran tesoro natural, porque otros tesoros históricos que merecen también ser saboreados son el Convento de Santa Clara, la Parroquia de Santiago, el Palacio de los Medinaceli o las casas museo de San Juan de Ávila y la del Inca Garcilaso de la Vega. El hijo más ilustre de Montilla es Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que se curtió en mil batallas entre moros y cristianos, prestó grandes servicios a los Reyes Católicos y pactó la rendición de Boaddil con la que se culminaba la reconquista.
A poca distancia nos aguarda Aguilar de la Frontera con la típica morfología urbana de la zona: casas blancas que se desparraman por las laderas de una loma culminada, en este caso, por las ruinas de un castillo. Pasear por sus calles engalanadas con casas señoriales, fachadas blasonadas y portadas majestuosas nos retorna a su pasado ilustre. Sobresale orgullosa la Torre del Reloj, con la abundancia decorativa  típica del barroco. La personalidad de esta villa la marca la plaza de San José, con una perfecta estructura octogonal, varios arcos de acceso y presidida por el Ayuntamiento. Fue declarada Conjunto Histórico y Artístico en 1974.

Nuestra siguiente parada es Lucena, una de los grandes enclaves de la antigua Sefarad (nombre que los judíos dieron a la península), que estuvo habitada sólo por judíos entre los siglos IX y XII. De aquellos tiempos queda aún una antigua necrópolis hebrea. Su rico patrimonio histórico y artístico es un auténtico crisol de culturas superpuestas en el tiempo.  Un ejemplo es la Iglesia de San Mateo, de estilo gótico (siglos XV-XVI) y con elementos renacentistas en su portada, que se levantó sobre los restos de una antigua mezquita que antes lo había hecho sobre los de una sinagoga.

Muchas iglesias de la zona también hunden sus raíces en cimientos de antiguas mezquitas y sus campanarios se perfilan como alminares. Sin salir de la población encontramos el Castillo del Moral, ahora con aspecto de palacio ducal, en una de cuyas torres, cuenta la tradición, estuvo prisionero Boaddil. Si tenemos tiempo nos podemos acercar al santuario de la Virgen de Araceli, ubicado en una cima a seis kilómetros de la población. Desde su mirador podremos contemplar el territorio de cinco provincias: Málaga, Córdoba, Sevilla, Granada y Jaén. Es conocido como la ‘atalaya de Andalucía’.

El imponente paisaje de la comarca de las sierras subbéticas,  con una campiña salteada de encinas, olivos y viñedos, nos lleva a la señorial población de Cabra. Descansa en una hondonada al pie de las primeras estribaciones de la sierra y envuelta por arboledas y manantiales. Preside el lugar el Castillo de los Condes de Cabra, levantado en el siglo XV sobre una antigua fortaleza romana y después musulmana.  Si tenemos tiempo, podemos visitar la Parroquia de Asunción y Ángeles, con sus 44 preciosas columnas de mármol rojo que sustentan cinco naves,  darnos un garbeo por el auténtico barrio del Cerro, con fachadas encaladas y patios con flores, o saborear el encanto del Barrio Medieval vestido de barroco.

Siguiendo la ruta encontramos Carcabuey a unos 28 kilómetros. Karkabul, su nombre árabe, significaba puerto de montaña. Podemos imaginar la morfología de la población: calles estrechas que se encaraman cuesta arriba al abrigo de su fortaleza. Sobre la loma, luce el castillo de Fuente Ubeda, que guarda en su memoria historias de disputas entre Sancho el Bravo y su padre Alfonso X en el siglo XIII. Una calle empinada nos lleva a lo alto de la estratégica fortificación. Como los vigías de aquellos remotos tiempos, podemos orientar nuestra vista hacia los cuatro puntos cardinales.

No encontraremos enemigos, pero sí un fantástico panorama con las moles calizas de las Sierras Subbéticas recubiertas de vegetación y las encinas centenarias que contrastan con el blanco de las casas del pueblo. El interior del recinto de la fortaleza guarda la ermita de la Virgen del Castillo, que cobija la imagen de la patrona. A los pies del cerro fortificado luce la Iglesia de la Asunción. De gran belleza, con una amalgama de estilos arquitectónicos, que puede verse desde cualquier rincón del pueblo.
En menos de media hora estaremos en Priego de Córdoba, la llamada ‘ciudad del agua’. El frescor y el murmullo de sus fuentes invitan a pasear sin prisas. La Fuente del Rey, con 139 chorros,  tres estanques y diversas esculturas mitológicas, invita al sosiego. Esta preciosa villa goza del espectacular legado artístico de iglesias como la de Nuestra Señora de la Asunción o la Iglesia de la Aurora, auténticas lecciones de historia del arte, que ilustran la evolución desde el gótico-mudéjar hasta el barroco.

El trazado del Barrio de la Villa, con callejones de paredes encaladas blancas, decoradas con maceteros de geranios que trepan entre ventanas y puertas, no tiene nada que envidiar al Barrio de la Judería de Córdoba. Llegaremos al Balcón del Adarve, que sobre un tajo en la roca de 55 metros nos abre una fantástica vista de las huertas y olivares que rodean la población. Su poderosa fortaleza emerge sobre este conjunto. De origen árabe fue reformado tras la conquista cristiana. En sus piedras lleva grabadas historias de guerras fronterizas. Podemos subir a su Torre del Homenaje. Desde sus 30 metros de altura alcanzaremos a ver diversas atalayas que tejían una red defensiva  y podremos dejar que nuestra imaginación retroceda a aquellos tiempos de épica.

En menos de 30 kilómetros llegaremos a Alcalá la Real, punto donde confluyen la ruta sur y la norte. Desde aquí un único camino nos conducirá a Granada. Esta localidad tiene una llave como símbolo: Fue la llave defensiva de la frontera y de aquí partieron los Reyes Católicos para recibir las llaves de Granada. También es la llave del Guadalquivir que abre la puerta a la vega granadina. Un lugar cargado de historia, con gran patrimonio artístico, entre un mar de viñedos, olivos y cereales.

La imponente Fortaleza de la Mota, con sus restos de murallas engarzadas a las rocas y peñascos, preside desde las alturas. Su poderoso anillo de piedra protegía a la antigua ciudad musulmana. Quedan restos de recintos defensivos, residenciales y religiosos. En pie, como si guardaran este legado, quedan tres torres. La memoria de este bastión defensivo guarda batallas de conquista y reconquista que fueron dejando huella en sus muros. No podemos dejar Alcalá la Real sin caminar por sus calles que respiran la historia y cultura.

El casco antiguo fue declarado Bien de Interés Cultural por su gran patrimonio artístico: el Palacio Abacial, de fachada barroca y con el museo arqueológico en su interior; sobre una antigua mezquita se levantó la Iglesia de Santo Domingo; la Iglesia de la Consolación, otra seña de identidad de la población; el Ayuntamiento, con su Torre del Reloj barroca adosada. Camino de Granada, el fuerte nazarí de Moclín recorta con fuerza el horizonte desde lo alto de un altozano. Curtido en mil batallas aguanta el tipo con firmeza. Aunque sus baluartes muestran cicatrices de guerra, es uno de los castillos mejor conservados. Hay que desviarse de la N-432 para visitarlo. Conserva un cinturón completo de muralla. Al entrar por su torre de acceso hay que soltar la imaginación para sentir el fragor de la lucha fronteriza en uno de los últimos bastiones que protegían el reino de los nazaríes.

De vuelta a la carretera principal, en poco más de 15 minutos, encontramos Pinos Puente, una encrucijada histórica. Aquí Isabel la Católica mandó llamar a Colón cuando éste ya marchaba a Francia tras haber roto negociaciones. El nombre del pueblo le viene del puente que los árabes construyeron para cruzar el río. Entramos en enclaves donde las guarniciones castellanas prepararon el asedio a Granada. Nuestra ruta atraviesa Colomera, con restos de una fortaleza conquistada por los Reyes Católicos en 1486; Güevéjar, que ofrece su cordero a la caldereta, sus gachas picantes o sus migas con melón; Cogollos Vega, donde se pueden visitar unos baños árabes y Alfacar, el lugar escogido por los monarcas ziríes (Taifa de Granada) para el descanso y recreo, por su saludable entorno natural y la finura de sus aguas.

Y llegamos Viznar, a las puertas de Granada. Lugar fértil que conserva el sistema de acequias de la época andalusí para regar sus huertas y alquerías (casas de campo  con tierras de labor). Pero también lugar de memoria por el trágico destino del poeta García Lorca, que fue fusilado en un lugar entre Alfacar y Viznar.
En el final de este recorrido por la historia, paisajes, pueblos blancos y fortalezas nos aguarda majestuosa la Alhambra como broche de oro a una ruta fascinante. A lo largo del camino habremos encontrado bastiones, recortados sobre lomas, sin alardes arquitectónicos, que transmiten poderío y aún parecen oler a batallas. Sin embargo, la Alhambra transmite exquisitez y delicadeza. Es una metáfora de la finura que parece construida por orfebres. Dibujada sobre el blanco de la Sierra Nevada es una maravilla incluida en el Patrimonio Mundial.

Es un lugar para visitarlo despacio, con toda nuestra sensibilidad abierta: La Alcazaba, desde la que se desplegaba la muralla protectora, con 30 torres y tres puertas de entrada; la Sala de Abencerrajes, con su maravilloso techo; el Patio de los Arrayanes, lugar de sosiego cuyo estanque es un nítido espejo; el famosísimo Patio de los Leones, cuya fuente arroja agua y frescor por la boca de sus doce leones de mármol, que soportan una pesada taza dodecagonal, rodeada de columnas que simbolizan un bosque de palmeras desde las que fluye el agua por las acequias; el Palacio del Partal, con una alberca presidida por un pórtico de cinco arcos, tras el que se levanta la torre conocida con el nombre de las Damas o el Patio de la Acequia, el espacio central de los Jardines del Generalife, con un precioso juego de aguas y sombras.

Son sólo alguno de los tesoros que vamos a encontrar en un maravilloso lugar adornado por yeserías, mosaicos, relieves, fuentes, jardines… cualquier detalle llama la atención. Carlos V, enamorado de La Alhambra, mandó construir un palacio renacentista anexo (hoy Museo de Bellas Artes) con un solemne patio circular flanqueado de columnas, que convive, en un perfecto sincretismo, con la obra de los maestros nazaríes.

El mejor lugar para contemplar la Alhambra es desde el mirador de San Nicolás, en la parte alta de Albaicín. Si lo hacemos al atardecer, los últimos rayos de sol la iluminarán de color rojizo. En este mismo barrio podemos visitar los hermosos Cármenes, casas con huerto y jardines. Desde aquí podemos acercarnos al Sacromonte, para empaparnos de flamenco y asomarnos a cuevas habitadas, algunas transformadas en tablaos o tabernas.

Ya en el centro de Granada, se alza la magnífica catedral renacentista, que alberga en una de sus capillas los restos de los Reyes Católicos. Cerca, el Palacio de la Madraza, sede la primera universidad, y el Museo José Guerrero. La ciudad ofrece muchos rincones exquisitos, como la Alcaicería con tiendas de recuerdos, artesanías de madera, cristal o loza. La mejor forma de terminar nuestra Ruta del Califato es irnos de tapeo que en Granada las tapas también se consideran un arte.

Fotos: Turismo Junta de Andalucía

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