Que ver en Ámsterdam en 2 días, propone un itinerario por la ciudad de los canales que constituye un destino perfecto para ser descubierto en un fin de semana.
Ámsterdam es una de esas ciudades que tenía pendiente en mi agenda personal de imprescindibles, y por fin en un (increíblemente) soleado fin de semana de abril llegó la ocasión de conocer la ciudad de la diversión y de Van Gogh, de las terrazas atestadas de gente y de las bicicletas por doquier.
Si uno viaja desde Barcelona la verdad es que la primera ventaja que ofrece Ámsterdam es que la ruta ofrecida por Vueling tiene los horarios de fin de semana más racionales que yo he visto en mucho tiempo.
Se puede coger un primer vuelo a las 7.00 h. de la mañana, disfrutar del sábado en la ciudad, y regresar un domingo noche a las 21.45 h. para poder gozar ampliamente del fin de semana de principio a fin. Desafortunadamente no siempre los horarios son así de atractivos para el viajero que quiere hacer un rápido “weekend” en una capital europea.
Tras aterrizar en Ámsterdam llegar al centro de la ciudad es bastante sencillo y rápido. Se puede optar por el tren más económico y rápido, si bien en nuestro caso optamos por el autobús que pese a costar algo más, 6 euros por trayecto, nos dejaba muy cerca del Museo Van Gogh donde empezaba nuestro fin de semana holandés.
Los imprescindibles que hay que ver en Ámsterdam en 2 días
Como sucede hoy en día nada mejor que llegar al museo con la reserva confirmada online para poder acceder rápidamente y sin colas, y optimizar el tiempo al máximo como en nuestro caso en el que las horas estaban contadas. Si bien no soy una gran experta en la obra del Van Gogh tengo que admitir que algunos de sus cuadros me hipnotizan y que delante de los Girasoles siento un éxtasis que podría parecerse bastante a un Síndrome de Stendhal.
El edificio que contiene la obra de Van Gogh es una construcción circular que distribuye la obra del genio holandés en 4 plantas regalando una visión detallada de las mejores obras del pintor en un espacio amplio, tremendamente luminoso y que se recorre sin aglomeraciones de ningún tipo a pesar de los centenares de visitantes que en esa mañana de abril estaban al igual que nosotros deleitándose con los cuadros de trazos gruesos y unas combinaciones de colores de las que resultaba difícil apartar la vista. Sin duda, uno de los grandes imprescindibles que hay que ver en Ámsterdam.
Fue en la bella y moderna cafetería del Museo Van Gogh el primer lugar de la ciudad en el que tuvimos contacto con el exquisito trato al cliente de los bares y restaurantes de la ciudad del que pudimos disfrutar durante nuestra corta estancia.
Tengo que decir que a pesar de ser una ciudad turística, que se caracteriza por que todos y cada uno de sus bares y restaurantes presentan unos llenos bastante significativos la verdad es que nos llamó la atención la perfección en el servicio y la extrema amabilidad de todos y cada uno de los camareros de los diferentes lugares que visitamos.
Tras haber completado la visita al Museo Van Gogh, salimos paseando por la bella explanada que rodea este centro cultural muy cerca del cual se encuentra la otra joya artística de la ciudad el Rijksmuseum, y que conoceremos en nuestra próxima visita a la tierra de los tulipanes.
Como la belleza del día y un agradable clima más propio del verano mediterráneo que de lo que las previsiones podían hacer creer invitaban a pasear, nos dedicamos a callejear por la ciudad hasta llegar al hotel escogido.
Es evidente que desde el momento en el que llegas a Ámsterdam, sientes un deseo irrefrenable de pedalear sin parar y entiendes a la perfección porque es la ciudad perfecta para el transporte más ecológico y sano del mundo.
La superficie plana con escasísimos desniveles, la infinidad de carril-bici, y el hecho de que es una ciudad en la que el ciclista está perfectamente integrado y convive a la perfección con el peatón y con el resto de vehículos nos recuerda que aún nos falta mucho para que en ciudades como Barcelona se llegue a la excelencia en este sentido, y es una verdadera pena.
La primera toma de contacto con Ámsterdam tras dejar atrás el Museo Van Gogh nos llevó hacía las calles del centro de la ciudad que en un sábado de calor estival bullían de gente y movimiento.
Los canales de Ámsterdam
El paseo que nos llevo desde la explanada de los museos hasta la gran plaza central nos permitió disfrutar por vez primera desde el aterrizaje en Ámsterdam de los celebérrimos canales que hacen de esta ciudad una de las Venecias del Norte.
La verdad es que como todas las ciudad atravesadas por ríos la bella capital holandesa fascina por sus amplios canales, la belleza de muchos de los locales que asoman a sus aguas, y el tráfico intenso y a la vez ordenado de barcas de todo tipo, tamaño y categoría desde las que los viajeros disfrutan de otra perspectiva de la ciudad.
Continuando con el paseo pasamos por la zona de Leidseplein que se caracteriza por concentrar una multitud de opciones de ocio, con sus bares, restaurantes, cines, discotecas, etc. Siguiendo el itinerario por Leidsestraat (una de las calles con más tiendas de moda en su haber) llegamos a uno de los puentes que salpican la ciudad y decidimos buscar un lugar para descansar tras el largo paseo y el tremendo madrugón.
El lugar en el que caímos por casualidad fue una buena elección y gozamos de un reparador almuerzo a base de un exquisito hummus de remolacha y una deliciosa tortilla de verduras, ya que los platos a base de huevos son un clásico en los menús de la ciudad. Una terracita abarrotada, mesas diminutas y muy juntas, un servicio impecable para disfrutar de una excelente comida y recuperar energías para seguir caminando. El restaurante, Herengracht, merece la pena y por el número de lugareños que nos rodeaban creemos que es un clásico de la ciudad.
Tras el excelente almuerzo llegamos a la zona de Koningsplein y bajando a la derecha nos encontramos con el único mercado de flores flotante de Europa, el mágico Bloemenmarkt, un arco iris de colores y perfumes que cautiva al viajero y que lo convierten en uno de los lugares más emblemáticos que hay que ver en Amsterdam. Desafortunadamente en un soleado sábado de primavera era un lugar tan lleno de gente que no nos quedó más opción que dejar la visita a medias.
Continuando nuestra ruta hacia el hotel desde Konigsplein llegamos hasta la calle Kalverstraat, una arteria comercial por excelencia si bien tengo que decir que, en mi opinión, se trata de una calle clónica a cualquier otra calle que podemos ver en cualquier otra ciudad Europea.
La sucesión de marcas de ropa que la globalización ha exportado a velocidad de vértigo ha quitado mucha de la identidad de nuestras ciudades y mientras paseaba por esa zona de Ámsterdam pensaba con un punto de amargura que igual podía estar paseando por Madrid, Roma, Barcelona o Berlín.
Por suerte esta trepidante vía global desemboca en la bella y enorme plaza Dam que te vuelve a recordar que estas en una ciudad nueva y te dejas llevar de nuevo por el entusiasmo del descubrimiento. El imponente edificio que acoge el Museo de Cera Madame Tussaud preside la plaza en la que también se encuentra el Palacio Real y la convierten en uno de los lugares más emblemáticos que hay que ver en Ámsterdam en 2 días.
Continuando paseo por la calle Nieuwendijk, nos llamó la atención una larga cola en la que se mezclaban turistas y lugareños y donde descubrimos asombrados que el motivo de tanta aglomeración eran los helados – de un solo sabor!!!! – que se venden en la Banketbakkerÿ v.d. Linde. Un delicioso helado con sabor a crema que saboreamos encantados y que confirmaba las sospechas de que la espera había valido la pena.
Y tras haber visto en pocas horas algunos de los lugares más significativos de la ciudad llegamos hasta el Art’otel situado en la Prins Hendrikkade, frente a la estación central de Ámsterdam. Si bien habíamos visto algunas imágenes de este singular alojamiento he de confesar que las expectativas se vieron altamente superadas.
Al salir de nuevo a la calle tras un breve descanso, la ciudad estaba tan llena que la impresión era que de vez en cuando se abrían compuertas desde algún límite de la localidad y hordas de personas lo llenaban todo. Confieso que en algún momento era tal el volumen de peatones, ciclistas, y vehículos que podía llegar a resultar algo agobiante.
Se acercaba el sábado noche y se unían los grupos de gente que visitaban los centros comerciales, con los tempraneros que empezaban la fiesta, y con unos cuantos grupos de turistas que habían elegido la ciudad de la diversión y el desenfreno para ese ritual que habría que desterrar un día; las infames despedidas de solter@.
A pocos minutos del hotel se encontraba el famosísimo barrio rojo, por el que paseamos sin ningún interés especial y que dejamos atrás sin sentirnos atraídos por esa parte de la ciudad. Entramos a esa zona desde la pintoresca calle Zeedik y tras callejear mientras atardecía y el sol iba desapareciendo paulatinamente decidimos continuar paseo entre los canales de la ciudad. Esa parte es sin lugar a dudas, en mi opinión, la zona más atractiva de la pequeña capital.
El hecho de que muchas de las callejuelas y vías principales de Ámsterdam concentren tantas personas en espacios reducidos dota de un encanto especial a la zona de canales en la que los amplios espacios otorgan otra perspectiva de la ciudad.
Los astros meteorológicos se alinearon el domingo para que el precioso día presidido por un sol resplandeciente invitará sin ningún género de dudas al recorrido ciclista por la ciudad. La verdad es que había tenido ganas de pedalear desde el momento en el que puse el pié en Ámsterdam, y la experiencia no solo no me decepcionó sino que me supo a poco.
Aunque el viajero no conozca la ciudad es suficiente con seguir los perfectamente señalizados carril-bici para poder visitar en pocas horas todos los puntos de interés.
Las bicicletas que pudimos alquilar en el hotel eran un canto a la diversión y su especial decoración no pasaba desapercibida mientras rodábamos por la ciudad.
La ruta hacía nuestro primer destino dominical nos permitió volver a pasar de nuevo por la explanada de los museos, y a disfrutar de cerca del interior del Rijksmuseum que ha sido esta vez nuestra asignatura pendiente.
Seguidamente llegamos a la primera parada de nuestra excursión sobre dos ruedas; el maravilloso y espectacular Vondelpark, sin duda, uno de los imprescindibles que hay que ver en Ámsterdam en 2 días, un inmenso y precioso pulmón verde que debería ser lugar obligado en cualquier ciudad del mundo.
Un extenso espacio verde en el que los ciclistas conviven con los runners, en el que puedes cruzarte con un grupo de japoneses practicando tai-chi, con un nutrido grupo de mujeres embarazadas disfrutando de su clase de pilates al aire libre, o con un grupo de jóvenes que siguen disciplinadamente la rutina de entrenamientos de un fibrado entrenador de fitness. El parque tiene todo lo necesario para que el domingo sea más domingo. Un lugar perfecto.
Mientras recorríamos indolentes el parque disfrutando del pedaleo y de la bella jornada, nos dimos de bruces con un conjunto de casas cuyas ventanas asomaban a un pequeño lago en el interior del parque. Nos quedamos fascinados por la belleza de aquellas edificaciones de techos altos y patios con pérgolas que configuraban verdaderos oasis de belleza en medio de la ciudad.
Estuvimos un buen rato observando con una cierta dosis de curiosidad, y una ligera envidia confesable, el despertar de aquellas familias cuyos niños jugaban en un entorno idílico, mientras los padres desayunaban tranquilos en un vergel natural que no parece formar parte de una gran ciudad.
Con pocas ganas de abandonar aquel bellísimo parque en el que nos habríamos quedado encantados hasta el anochecer continuamos nuestra ruta ciclista. Había llegado la hora del almuerzo y tras haber leído en un portal de recomendaciones de restaurantes las excelencias sobre un local dedicado al hummus – Mr. Hummus – optamos por visitarlo.
Confieso que las expectativas no se vieron cumplidas en esta ocasión, y sinceramente creo que añadir huevo a un producto tan delicioso en su sencillez como el hummus era un pequeño atentado gastronómico. Afortunadamente una heladería italiana con helados creados de la mano de un artista del país compensó el “bajón” del almuerzo.
Siguiendo la ruta por el ordenado carril bici llegamos a la animada plaza Spui, y nos arrepentimos enormemente de no haber decidido almorzar en esa zona. Un sinfín de locales, restaurantes de todo tipo, terrazas (como no abarrotadas!!!) pequeños mercados de artesanía, música callejera, en una parte de la ciudad altamente recomendable para disfrutar del relax dominical. Este es otro de los imprescindibles que hay que ver en Ámsterdam en 2 días.
De todas las ciudades que he visitado en mi vida opino que Ámsterdam es una ciudad perfecta para disfrutarla en un fin de semana. Creo que pedalearla es sin lugar a dudas la mejor manera de conocerla y descubrirla, y confío que las numerosas hordas de turistas que llenan cada rincón de la ciudad no lleguen a destruir la identidad de una capital que siempre se caracterizó por ser paradigma de la libertad, la diversión y la tolerancia.
Publicado en el Nº37 de la revista Magellan
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