Leo con horror que en las últimas semanas, fruto del éxito de la grandiosa serie de HBO sobre la tragedia de Chernóbil, se han multiplicado las reservas para viajar a la zona de Ucrania que se hizo tristemente famosa por una explosión en su central nuclear.
Cuando aún no me he repuesto después de ver las imágenes del paradigma de la estupidez humana con centenares de montañeros haciendo cola para ascender al Everest, y con las consecuentes muertes a causa de la escasa preparación en algunos casos y del caos ocasionado por la interferencia de gente, me doy de bruces con esta otra realidad.
Como siempre este texto es una pura opinión personal y es evidente que cada viajero elige su destino como le pide el cuerpo, pero sinceramente optar por un lugar como Prípiat la ciudad en la que tenía su sede la planta de Chernóbil se me antoja morboso, osado y muy atrevido ya que hoy por hoy nada garantiza que uno regrese a casa sin rastro de radiaciones en su cuerpo.
Hace pocos días leía una columna de mi admirado John Carlin en la que hacía referencia a un viaje que había realizado a la zona con motivo de la elaboración de un reportaje coincidiendo con el trigésimo aniversario de la tragedia. Menciona el autor en su escrito que en ese momento coincidió con unos cuantos turistas alemanes y prevé que en breve el turismo de masas habrá llegado a Chernóbil.
En efecto así ha sido, y en estos días, coincidiendo con la emisión del último capítulo de esta mini-serie, tres de las agencias que organizan viajes por la zona hablan de un incremento de reservas entre el 30 y el 40%. Con toda seguridad es muy posible que estas cifras vayan “in crescendo” y que dentro de nada sea un destino “estrella” de las vacaciones de verano.
Es evidente que los más avispados ya han lanzado el merchandising que la ocasión requiere, y ya es posible llevarse de recuerdo los típicos gadgets como tazas, llaveros, camisetas, y seguramente imanes de nevera que el viajero colocará en su frigorífico sin el menor sonrojo.
Este tema suscita debates de todo tipo, y me encontrado con personas que viajarían sin dudarlo a la zona, mientras que otras coinciden conmigo al pensar que elegir como meta turística el centro de una tragedia cuyos efectos perdurará años y años es en cierta manera banalizar el impacto de la misma.
Hace unos tres años se publicó en Magellan el relato escrito en primera persona de un viajero que optó por Chernóbil como experiencia personal, y de cuyo viaje nace un relato muy interesante que nada tiene que ver con ese turismo de masas que dentro de muy poco hará de la central nuclear un escenario de selfie instagramero con millones de likes. Al tiempo…..
(NOTA: Mientras completo el texto y lo preparo para su publicación, el mismo creador de la serie Craig Mazin se ha visto en la necesidad de acudir a twitter para recordar que esta ficción recrea una terrible tragedia real, y pide a la gente que visita la zona respeto y sensibilidad para los que la sufrieron. No vamos nada bien…).
Turismo nuclear, viajar a Chernóbil