En esta ocasión mi amor por el mundo asiático me lleva a Pekín. El año pasado os conté encantado mi viaje a Japón, un país extraordinario y único que me ha regalado momentos inolvidables y una riqueza interior que siempre llevaré dentro. Se trataba de la primera vez que pisaba las tierras orientales y, desde el primer momento, supe que iba a ser la primera de muchas más.
Un viaje emocionante a Pekín para descubrir la tierra de las dinastías imperiales
Aunque hubiera querido volver a Japón, decidí que regresaría al país nipón en otro momento, quizá con más tiempo para poder descubrir el país de forma más completa y profundizada: quiere decir más tiempo y un presupuesto más elevado.
Con tan solo una semana de tiempo y presupuesto justito, la opción cayó en otro país que siempre me ha fascinado mucho: China. Por alguna razón, muy a menudo se suelen asociar los dos países aunque se trate de dos mundos totalmente diferentes y, en mi opinión, casi antitéticos.
Las primeras dificultades – aunque, tratándose de un viaje, prefiero el término desafíos – las tuvimos que enfrentar desde el primer momento. Para ir a China es necesario un visado. Para evitar tanto los trámites de los visados como sus costes, muy a menudo prefiero optar por otro destino – el mundo es muy grande, y me falta muchísimo por visitar, mi listado de must see y must do siempre es incluso demasiado largo.
Sin embargo desde hace unos años China introdujo el “72/144 hours visa free”, una interesantísima posibilidad que muchos desconocen. Se trata de un visado pensado para fomentar la actividad turística de determinadas ciudades y distritos de la China continental.
Desafortunadamente es complicado tanto encontrar la información oficial como tener confirmaciones por parte de personas físicas responsables, ya que, como os voy a contar, incluso en los aeropuertos suelen desconocer dicha posibilidad de tránsito sin visado.
Un requisito fundamental para poder tener acceso al visado es tener un billete con asientos reservados para una ruta al estilo “A-B-C”, donde A es el país de origen, B es una de las ciudades chinas que permiten el visa free y C es un tercer país fuera de China y que difiera de A. Con estas premisas, la ruta ya estaba clara y decidida: Barcelona – Pekín – Hong Kong.
Con una pizca de incertidumbre y preocupación sobre el visado, precisamente por el hecho de que no había manera de tener una confirmación oficial y escrita de que todo iba a funcionar correctamente, las reservas estaban hechas y el día de salida llegó muy rápidamente. En el aeropuerto al facturar: suspense.
Al controlar los pasaportes la azafata, perpleja, nos preguntó dónde teníamos los visados. Le explicamos lo que íbamos a hacer y, desconociendo esta posibilidad, nos pidió paciencia hasta que llegara un supervisor para que lo pudiera aclarar él.
No tardó mucho en llegar, pero el tiempo transcurría muy lentamente por la preocupación de no poder salir. Al final nos confirmaron que era todo correcto y que podíamos salir. Tan solo unas trece horas más tarde estábamos en Pekín. Pero la pesadilla del visado acababa de empezar.
Efectivamente al llegar al aeropuerto de Pekín no había indicaciones claras sobre donde hacer el visado. Preguntamos a varios trabajadores pero nadie hablaba inglés – pues bien, ni en el aeropuerto internacional de Pekín encontramos a casi a nadie hablando inglés.
Finalmente nos indicaron que teníamos que hacer la cola normal para extranjeros, pero al llegar nos denegaron la salida por no tener el visado indicándonos que teníamos que hacer los trámites en un pequeño stand en una esquinita de la terminal.
Conseguido el visado después de un par de horas, por fin pudimos salir del aeropuerto y la maravilla de viaje podía empezar. Nos quedaban unas sesenta horas para poder disfrutar de la enorme ciudad. No hace falta decir que tuvimos que definir muy bien lo que podíamos ver en tan poco tiempo y, sobretodo, cuando y como movernos.
Después de haber dejado las maletas en el maravilloso hotel que reservamos en el centro de Pekín (un cinco estrellas que nos costó aproximadamente 30 euros por cabeza por noche, simplemente increíble), nos dirigimos a visitar el Templo del Cielo y enseguida nos dimos cuenta de una de las peculiaridades de Pekín: en la capital china, todo es imponente, enorme, colosal, desmesurado.
El Templo del Cielo es un conjunto de jardines y diferentes edificios taoístas, entre ellos el bellísimo y celebérrimo pabellón de la Oración por la Buena Cosecha, uno de los principales y más conocidos símbolos de la ciudad.
En las diferentes partes de los jardines hay mucha gente que vive en la ciudad, disfrutando de la naturaleza haciendo tai chi y muchos pequeños grupos de ancianos jugando a Mahjong: muy sugestivo. Entre lo visto en la ciudad, creo que este templo fue una de las obras que más me encantó e impresionó.
Otro templo must see que pudimos visitar ese día fue el Lama Temple, o Palacio de la Paz y la Armonía, que se encuentra a pocas paradas de metro del Templo del Cielo. Se trata de un templo lamaísta – mejor dicho un complejo de templos – cuya atmósfera interior es algo que difícilmente se puede describir con palabras.
El perfume muy fuerte a incienso junto con la maravilla arquitectónica de los templos confieren validez al nombre que el templo lleva, porque realmente regalan un sentido de paz interior y armonía.
En el interior de uno de los templos se encuentra una estatua de Buda Maitreya de 26 metros de altura, tallada en madera de un único sándalo, la más grande del mundo de este tipo: un detalle impresionante que hace de este templo una de las etapas must en Pekín.
Naturalmente, Pekín no es solo templos y tradiciones y antes de pasar a la próxima etapa del viaje, os quiero comentar algunos detalles de la verdadera cara de la ciudad hoy en día.
El contraste entre antiguo y moderno se nota mucho ya desde el primer paso en la ciudad y creo que la cara de la Pekín hodierna es un choque cultural para cualquier occidental. En primer lugar, ¿cuál es la reacción de los chinos frente a los occidentales? La gente te mira fijamente, siempre, constantemente.
Esto es algo que honestamente no me esperaba en una ciudad tan enorme y populosa, pero así es y me ha dado la impresión de ser muy poco cosmopolita – de hecho son muy pocos los occidentales con los que nos cruzamos en la metrópolis.
No creo que lo hagan con maldad, se nota que le pica la curiosidad por lo diferente, pero lo hacen sin recato y hasta puede que te pidan a que te hagas un selfie con ellos. ¿Divertido, raro, molesto? Creo que esto depende del carácter de cada viajero.
Otro choque puede ser representado por los lavabos públicos: si por un lado hay que reconocer que casi hay uno en cada rincón, por otro las condiciones higiénicas no suelen ser de las mejores y se nota que el concepto de privacidad es muy diferente del nuestro, de hecho muy a menudo no hay ni puertas ni mámparas de ningún tipo.
Último pero no menos importante – para algunos más que para otros – olvidaros de estar conectados con el mundo: internet hay, pero todo está bloqueado, desde los motores de búsqueda, pasando por los mails hasta las apps de mensajería y las redes sociales.
Contrariamente a lo que leí en varios foros antes de salir, a mí me ha dado la impresión de ser una ciudad bastante segura incluso por la noche y en los barrios más pobres, y que los chinos son personas legales, nunca intentaron engañarnos, pero sí que convengo con los que opinan que no son muy cordiales y xenófilos.
Con respecto al tema de la seguridad hay un aspecto importante a tener en cuenta en el momento de moverse por Pekín: en cada estación de metro y antes de entrar a cualquier lugar de interés turístico hay que efectuar controles de seguridad con detector de metales y cacheos de los agentes de policía.
Volviendo al viaje, el primer día ya había llegado a su fin y por la noche nos dirigimos al Wangfujing street market, un mercado de comida típica de cada tipo y otra muy inusual (serpientes, alacranes, arañas, etc.) bastante famoso que, desafortunadamente, estaba cerrado por alguna razón justamente los días de nuestra estancia en la ciudad.
Ha sido la única pequeña decepción de este viaje estupendo, pero como siempre me pasa algo de este tipo en mis viajes, ya se ha convertido en una tradición y un aspecto positivo: una razón más para volver algún día! El alma de Pekín por la noche varía completamente con respecto al día: es una ciudad muy viva con mucha música y luces.
Lo que más nos sorprendió es una costumbre muy común que se encuentra casi en cada rincón de la ciudad: grupitos más o menos grandes de personas – suelen ser mujeres over 50 – que, para relajarse y hacer ejercicio, ponen música tradicional china y bailan en la acera.
Después de haber dormido unas pocas horas, la mañana siguiente había que madrugar para ir a descubrir lo que no se puede dejar de visitar en una estancia, corta o larga que sea, en Pekín: la muralla china. Llegar solos es bastante complicado y la mayoría de los turistas prefieren ir con excursiones organizadas, pero yo siempre prefiero viajes algo más aventureros.
Hay varias secciones de la muralla en las cercanías de Pekín. La más conocida es la de Badaling: ubicada a unos 80 km del centro urbano, es la más concurrida de turistas porque se puede llegar en tan solo una hora de tren. El lado negativo por lo leído en internet y por las fotos vistas es que hay realmente mucha, muchísima gente.
Por eso optamos por otra sección, la de Mutianyu: más o menos equidistante del centro con respecto a la otra sección, no cuenta con conexiones directas, es más antigua que la de Badaling, menos concurrida por su ubicación y se considera una de las secciones mejor conservadas. Se tarda unas dos horas abundantes en llegar pero merece absolutamente la pena, una vez allí es evidente porque es una de las nuevas siete maravillas del mundo moderno.
Saliendo muy pronto por la mañana, nos dirigimos en metro a la estación de Dongzhimen para coger el autobús número 916 que en aproximadamente una hora lleva a las afueras de la ciudad. Es interesante la manera de comprar los billetes, que nos costó bastante entender en el momento.
Preguntando en la estación nos dijeron que se tenía que hacer directamente en el bus. En el momento de subir al autobús con el importe exacto ya en las manos, el conductor no nos cogía el dinero y nos daba indicaciones que, evidentemente, no podíamos entender. La única forma fue bajar del autobús y esperar a que subieran otras personas y ver como pagaban ellos.
La mayorías tenían una tarjeta para los transportes que nosotros decidimos no coger por la corta duración de la estancia en la ciudad, pero finalmente subió un chico que simplemente tiró el dinero en una caja justo al entrar al autobús y tomó asiento. Así de fácil, entras, tiras el dinero en la caja (algo impensable en occidente, nadie puede controlar si estás pagando el importe correcto) y te sientas.
Nosotros ya nos habíamos informado que la mejor opción era bajarse en una de las paradas finales del trayecto, en concreto la de Beidajie. Sin embargo a la mitad del trayecto subió un señor y al ver que éramos turistas (digamos que no lo puedes disimular ni queriendo) nos dijo que para ir a la muralla teníamos que bajarnos allí, ya.
Aunque el señor insistía mucho, nosotros rechazamos, él se bajó y el conductor siguió hacia la siguiente parada. Un poco sorprendidos y empezando a dudar de la información que teníamos, llegamos a la siguiente parada: otro señor, misma estrategia.
Al llegar a nuestro destino, entendimos de que se trataba: son personas que ofrecen servio de taxi en negro a los turistas, hay muchos y también muchos son los turistas que presas del pánico y aturdimiento se caen en la trampa.
Todo esto porque al llegar a Beidajie, solo estás a la mitad del trayecto y sí que es verdad que es necesario hacer un tramo bastante largo en taxi: son unos 20 km, pero los taxis allí son muy económicos y no suelen costar más de unos 40 CNY (aprox. 5 euros).
Llegando a Mutianyu se encuentra una taquilla que ofrece diferentes opciones para llegar por encima de la muralla, nosotros elegimos otro breve tramo en autobús y una opción bastante original e inesperada: subir en telesillas y bajar… en tobogán! Es una opción que recomiendo por ser muy divertida, inusual y realmente fascinante por la maravillosa naturaleza de aquel lugar, que se puede disfrutar plenamente tanto subiendo como bajando.
Creo que de hecho lo más fascinante de la muralla es la naturaleza: por encima de la muralla te puedes perder en unas vistas trepidantes a las montañas chinas y te quedarías allí durante horas para disfrutar del maravilloso paisaje. Creo que además la experiencia varía mucho dependiendo de la estación del año y yo puedo absolutamente recomendar el otoño por las estupendas variedades de colores que se van a encontrar.
Aunque nos hubiéramos querido quedar allí unas cuantas horas más, decidimos que era conveniente regresar para Pekín porque la lista de lo que queríamos visitar aún era larga.
Nos fuimos al celebre Palacio de Verano pero llegamos que ya era el final de la tarde y no nos esperábamos lo que íbamos a encontrar. Si que sabíamos que se trataba de un parque muy grande, pero no nos imaginábamos que fuera tan enorme: sería necesaria una jornada entera o incluso más para poder disfrutar de todas sus partes.
A este propósito recomiendo a cada viajero que quiera organizar su primer viaje a Pekín que tenga muy en cuenta que, en una ciudad cuya extensión es parecida a la de la mitad de Bélgica, es muy difícil hacerse una idea de su enormidad y del tiempo necesario para moverse de uno a otro lado.
El parque del palacio, que cuenta con un lago y una entera colina en su interior, es patrimonio de la humanidad. Después de unas dos horas en el parque ya había anochecido y había llegado el horario de cierre. El cansancio se empezaba a notar y decidimos volver al centro para comer algo y luego recogernos.
Aunque estuviera programado para el día siguiente, quisimos pasarnos por la Plaza Tiananmén para luego irnos en búsqueda de algún tipo de street food. No sabemos si siempre es así o fue porque fuimos, casualidad, exactamente en las fechas del 19º Congreso Nacional del Partido comunista, pero nos fue absolutamente imposible acceder a la plaza por los bloques policiales que prohibían el tránsito a toda la zona.
Sin embargo en las cercanías sí que encontramos una calle muy pintoresca, la Dashilan street, donde pudimos probar diferentes delicias de comida tradicional china en una atmósfera encantadora también muy tradicional.
El último día en la capital china ya había llegado, demasiado rápidamente como siempre suele pasar en los viajes. Nos esperaba lo que más ardíamos en deseos de ver: la Ciudad Prohibida.
Como para el resto, las mismas recomendaciones. Ir con tiempo, para poder acceder hay que pasar por controles de seguridad: nosotros yendo a primísima hora, tardamos más de una hora para poder acceder. Las entradas se tienen que comprar con antelación y desde hace muy poco solo se pueden reservar online, confirmando fecha y hora, porque el aforo está limitado a 80.000 visitantes diarios.
La larga y bastante enervante espera en la muchedumbre empujando constantemente se recompensa desde el primer momento al acceder a la plaza Tiananmén, delante del portal principal: de repente estás totalmente sumergido en la historia. Cientos de años – desde las diferentes dinastías e emperadores hasta la más reciente y tristemente nota protesta -, un único lugar.
El complejo, con sus 980 edificios y ocupando una superficie de 720.000 m2, es el palacio más grande del mundo. La maravilla arquitectónica junto con su importancia histórica, su magnitud y la atmósfera que se respira en su interior hacen de ello algo realmente único en su estilo.
Como ya repetí varias veces, aquí también es imposible visitarlo todo en un solo día. Alrededor de las plazas donde se sitúan los palacios más famosos se hallan cientos de palacios y templos más pequeños, cada uno con su historia y peculiaridades.
Esta última jornada fue la única en la que, como se deduce de las fotos también, pudimos notar que la calidad del aire no era buena, pero tuvimos mucha suerte y nunca nos enfrentamos con la tristemente habitual nube negra de smog que en algunos días suele cubrir totalmente Pekín.
Las 72 horas estaban a punto de acabar y el avión para Hong Kong a punto de salir: había llegado la hora de despedirse de esta estupenda ciudad para dirigirse a otra que resultará ser incluso más extraordinaria y en la que dejé una pedazo de mi corazón y de la que os voy a hablar muy pronto. Next stop: Hong Kong!
Publicado en el Nº35 de la revista Magellan
Pekín y Shanghái, sorpresas orientales