Yo siempre había pensado que el vértigo era algo que me quedaba muy lejos. Después de haber bajado por las montañas rusas más impensables, de haber contemplado panoramas desde miradores que casi rozaban el cielo, o de haber volado en todo tipo de aeronaves, yo era de esas que pensaban “vértigo yo, ja…”. Hasta que un día recorriendo uno de los rincones de mi amada Vancouver me encontré paseando por un impresionante puente colgante, que me hizo jurar que nunca más relativizaría el temor de todos aquellos que tienen pánico a las alturas.
Recuerdo como si fuera ayer un día de lluvia intensa en Vancouver en el que decidimos ir a visitar el norte de la ciudad, el North Shore, atraídos por todo lo que habíamos leído sobre el fascinante puente colgante de Capilano, que por lo que parecía en las fotos era todo un espectáculo. Un puente suspendido en medio de un maravilloso bosque frondoso era todo una tentación para dos personas que habían viajado a Canadá atraídos por unos paisajes que nos estaban dejando cada vez más impresionados por su belleza única.
Llegar a la zona del North Shore considerando la eficiente red de transportes de la ciudad fue realmente sencillo, había que tomar el SeaBus en el muelle de Lonsdale y luego un autobús que llega hasta la misma entrada del parque. El día húmedo y la incesante lluvia no invitaban mucho a la aventura, pero ya se sabe que un buen viajero no cambia nunca de programa a pesar de las inclemencias del tiempo…(yo luego me arrepentí un pelín de no haber sido una mala viajera ese día!)
En ese inolvidable recorrido por Canadá iba con Micky, el mejor compañero de viajes que se puede desear, y cuyo entusiasmo ese día era realmente especial. El puente de Capilano era una de sus metas más ansiadas cuando habíamos organizado los itinerarios por aquellas tierras.
Recuerdo perfectamente mi mirada de terror cuando llegamos a la entrada del puente y vi frente a mí una estructura que en ese momento me parecieron cuatro maderas mal puestas y sin ningún punto de apoyo que pudiera dar algo de seguridad al paseo (claro por eso se llama colgante…).
Miré a Micky con una expresión de terror y una mirada de “no pienso poner un pie en ese puente” mientras el reía a carcajadas con aquella risa suya tan especial que aún hoy resuena en mis oídos. En ese momento sentí unas ganas irrefrenables de volver atrás, y por otro lado me moría por estar en medio del puente sintiendo el vacio más absoluto bajo mis pies. Como me suele pasar siempre, en esa ocasión volvió a ganar mi lado más irreflexivo y a los pocos minutos estaba paseando por un puente que limitaba el número de personas con un control realmente rígido, y que advertía con un megáfono de que no se podía saltar o trotar durante el paseo, cosa que obviamente hacían todos los niños para cruzar el puente.
Los primeros momentos estaba tan absolutamente fascinada e impresionada por la belleza del paisaje que fui caminando lentamente sin darme cuenta de lo vertiginoso del momento. La imagen del frondoso y majestuoso bosque, y las copas de aquellos árboles maravillosos te hacían sentir que de alguna manera estabas flotando entre las hojas y no eras consciente de la altura que te separaba del suelo.
Una vez recorrida la mitad de los 150 metros de puente recuerdo que Micky se adelantó un poco y me pidió que me parara para hacerme una foto…y en ese momento….terror!!!!! miré hacia abajo y sentí todos y cada uno de los 80 metros que me separaban del suelo. Por primera vez en mi vida me di cuenta realmente de lo que era el vértigo. Recuerdo que con un hilo de voz, (¿o lo hice gritando?) le dije a mi compañero de aventuras que o volvía a mi lado o me desmayaba allí mismo. La sensación de miedo era realmente intensa y lo peor de todo es que estaba justo en la mitad del puente, o sea que no había ningún atajo para llegar antes a tierra firme. Fue un momento realmente tenso, y después de mi pequeño ataque de histeria logré recomponerme y llegar al final del trayecto. Una vez finalizado el recorrido un amable guardabosques canadiense te entregaba un diploma en el que certificaba: “I made it”, y que dejaba constancia de que habías conseguido el reto, y que en ese momento no me hizo una especial ilusión ya que lo único que ansiaba era encontrar un sitio muy pegado al suelo en el que sentarme un buen rato y recuperar mi respiración normal.
He recordado siempre el paseo por el puente de Capilano como la experiencia más vertiginosa de mi vida, y con el paso del tiempo la memoria que es muy inteligente ha sustituido el temor del momento por la belleza de unos paisajes que siempre llevaré en mi corazón. De ese día recordaré siempre la risa y la alegría de Micky, quien ahora hace seis años partió para el último de sus viajes cuando aún tenía tantas aventuras por vivir. Si un día vuelvo a Canadá te prometo que haré un Capilano en tu memoria.
1 comentarios
Precioso artículo Olivia, que me ha hecho reir…y llorar. Un bonito, muy bonito homenaje a Micky. Seguro que se sintió (y se siente) muy orgulloso de tu pasión por la vida.