Hay tantos, tantos lugares y tantas, tantas culturas que quiero descubrir por el mundo, que creo que me podría estar años enteros viajando e imagino que muchos de vosotros compartiréis este sentimiento.
La naturaleza es tan vasta como bonita, una maravilla que no deja de sorprenderme cada día, con cambios de colores constantes. El otoño por ejemplo, es mi estación favorita, por la paleta de colores que muestran los árboles que hace que las montañas tengan vida. Pisar las hojas secas caídas de los árboles, no sé a vosotros, pero a mí me transporta a la infancia, es simplemente precioso.
También me fascinan las culturas, algunas creadas para la practicidad de sus habitantes, otras a base de religiones, cada una con su idioma y valores. Son un fenómeno antropológico interesantísimo, que al igual que la naturaleza, me seduce totalmente.
Tengo debilidad por aquellos lugares que tienen más necesidades, lugares menos desarrollados, que pudiendo necesitar mucho, no necesitan nada. Y de los que hay muchísimo que aprender.
En mi lista de lugares del mundo, se posicionan muchas opciones, mis preferencias pero; no tantas. Voy a empezar a contaros los que ya he visitado. Y quiero empezar por Marruecos, por varias razones: porque es un cambio cultural que se encuentra a muy pocos Km., porque tenemos mucha gente de su procedencia en nuestro país y apenas conocemos nada de ellos y porque hay que desmitificar algunos conceptos.
Marruecos es simplemente, espectacular. Y su gente, todavía más. Estuve 20 días viajando por el país y solo puedo decir que cosas buenas. Un país que contrasta completamente con España. Nosotros llegamos a Fez, la ciudad del cuero, con su auténtica medina laberíntica (una medina es lo que nosotros entendemos por casco antiguo y que suele estar rodeada por una muralla). Alquilamos un coche y nos fuimos hacia el sur, a Merzouga, la puerta del desierto del Sahara.
Pasamos una noche en el desierto, durmiendo a la intemperie con un sin fin de estrellas espectaculares justo encima de nosotros. El desierto me sorprendió muchísimo y lo recomiendo 100%, tanto por el día como por la noche. Visitamos también el norte, pasando por algunos de los valles y gargantas más conocidos de Marruecos.
Nos fuimos hacia el Atlas, el gran Atlas. Allí hicimos una expedición de 4 días por la montaña M’Gun, contratamos un guía y coronamos un 4.000m, era un objetivo que quería conseguir y la verdad es que me hizo mucha ilusión poder hacerlo.
Fue un reto muy grande y al llegar arriba, te sientes capaz de todo. ¡Estás en la cima del mundo con unas vistas tremendas!
Visitamos muchos pueblos del centro del país. La gente es muy amable y agradecida. Solo tienes que mostrar un poco de interés y sobretodo respeto.
Luego nos dirigimos hacia el sur de la costa Atlántica y la fuimos bordeando hasta llegar a nuestra última parada, Marrakesh. El lugar que tiene un poco de todo Marruecos, pero que ha perdido la autenticidad que sí poseen los pueblos de la zona centro o sur.
Este fue mi viaje, pero esto no fue todo. Disfruté y me enamoré de Marruecos. No solo por su espectacular naturaleza que posee de todo, desde preciosas playas a montañas altísimas, pasando por grandes desiertos; si no por su gente. Nunca en mi vida, una persona que no conozcía de nada me había invitado a comer a su casa porque no habían restaurantes abiertos por la zona a aquella hora – 4 de la tarde aprox. -. Nunca me había reído tanto en una comida no entendiendo absolutamente nada de nada, suena absurdo, lo sé, pero es cierto. Jamás y cuando digo jamás es jamás, había cogido a alguien que hacia autostop (repetí unas 12 veces). Jamás había detenido el coche en medio de unas montañas para preguntarle a un señor una indicación y que me invitarán a tomar el famoso té con menta en su casa. Tampoco me habían pedido nunca ayuda para escribir una carta en castellano a un amigo que tienen en España al que quieren desearle surte. Nunca había hecho autostop con una bicicleta (estaba agotada 🙁 ) y que me recogiera una furgoneta destartalada en la que subieron 15 personas – todos hombres excepto yo – a cual más sonriente y que sacaran las guitarras y se pusieran a cantar “Aisha, ecoute moi” para hacerme reír. Entrar en las cocinas de los hoteles y hostales y sentarte con ellos a preparar el Tajín. Nunca nadie me habían dado las gracias tantas veces por tan poco. Y nunca nadie me había ofrecido tanto por nada.
Son recuerdos que solo tendré yo y que no estarán remarcados en una fotografía, pero le dan a mi viaje un valor sentimental inexplicable que he querido compartir con vosotros.
Con esto no quiero decir que en Marruecos puedas hacer de todo como en tu casa, no, siempre hay que ir con cabeza y con prudencia. Pero también hay que abrir nuestro corazón para poder conocer y aprender – Always Respect -.
PD: Si queréis saber más en detalle sobre cómo es viajar por Marruecos, hay un artículo publicado en el mes de octubre de la revista aquí os dejo el link.
2 comentarios
Me parece genial el aporte, creo que en un próximo viaje iré por Marruecos…
Gracias.
Nosotros también estamos enamorados de Marruecos. Maravillosas vivencias! quien quiera leer nuestro blog también disfrutara para poder planificar su viaje.