Mi primer viaje a la Toscana fue en el siglo pasado (me encanta referirme así a los 90…es más fuerte que yo).
Era un frio mes de Noviembre en el que a pesar de que los días eran realmente cortos y a las cinco de la tarde la noche cubría con toda su oscuridad las dulces colinas y las elegantes hileras de cipreses, durante el día los paisajes resplandecían entre la niebla y el tibio sol de invierno. A lo largo de los años he visitado la Toscana en todos y cada uno de los meses del año y sería imposible decantarme por un periodo concreto en el que es mejor visitar la región, ya que cada momento me fascina por algún motivo.
En mi primer invierno toscano elegí Montalcino como base para desde allí desplazarme a los diferentes lugares que quería conocer.
Montalcino es un encantador y pequeño pueblo que se caracteriza por un precioso castillo que encierra una enoteca en la que se puede degustar el exquisito y carísimo Brunello di Montalcino, un caldo que enorgullece a los Toscanos y que realmente es un néctar de dioses para los que como yo, amamos el buen vino. Recuerdo una fría, muy fría tarde de invierno, sentada en un banquito de madera de la enoteca, degustando mi primera copa de Brunello di Montalcino junto a un exquisito parmiggiano, y bien acurrucada bajo kilos de ropa de abrigo gozando de aquel momento y sabiendo que lo recordaría en muchas ocasiones. A veces la felicidad en la vida es algo tan sencillo como un buen vino, un buen queso, y unos paisajes de los que llenan el alma.
Muy cerca de Montalcino hay uno de los lugares que más me han enamorado en la vida, la majestuosa Abazia di Sant’Antimo. La abadía se encuentra a pocos kilómetros del pueblo, y se llega desde una sinuosa carretera con imágenes típicamente toscanas de las que podrías contemplar durante días y días sin cansarte. Sant’Antimo es bella en cualquier momento del año, pero os aseguro que llegar en un mes de Noviembre, sin nadie alrededor y poder disfrutar del silencio más absoluto es una experiencia inolvidable. Recuerdo acercarme poco a poco a la gran puerta de la abadía atraída por unos cantos gregorianos que acariciaban el corazón. Paz en estado puro. Recogida en la soledad total de aquella iglesia vacía permanecí durante un largo rato dejándome acunar por los cantos de los monjes que resonaban en toda la abadía y cuyo eco se perdía entre las copas de los cipreses elegantes de aquel paisaje invernal. En muchos momentos he intentado rescatar de la memoria aquel momento de paz en un pequeño paraíso en el corazón de la Toscana.
Que bonito es viajar contra el calendario y disfrutar del silencio y la soledad. Gozar de iglesias vacías, restaurantes semi desiertos y de solitarios castillos enormes con una copa de vino en la mano.
Desde aquel día Sant’Antimo se convirtió en uno de mis lugares preferidos, un lugar al que vuelvo siempre que tengo ocasión y con el que siempre he sentido ese vínculo especial que me enamoró desde el primer momento.
El recorrido por la Toscana deparaba además de Montalcino y la sugestiva Sant’Antimo, otros lugares de inusitada belleza. Me encantó descubrir Arezzo, con la que ya me había familiarizado gracias a la impagable “La vita e´bella” de Benigni. El primer día que visité su preciosa Piazza Grande me parecía estar viendo al cómico Toscano recorrerla con su bicicleta mientras resonaban en mi memoria las notas de la Barcarolle de los Cuentos de Hoffmann. Es realmente bella Arezzo, sus callejuelas estrechas, sus increíbles tiendas de antigüedades, sus preciosos cafés.
Fue mi primer viaje y ya sabía que me estaba enamorando, y sentía que era un amor de los que perduraría para siempre, y eso que no tenía ni idea de la cantidad de experiencias y emociones que me estaban esperando en una Toscana, que de la mano de una persona muy especial, me iba a cambiar la vida.
Siena era otra de las paradas “obligadas” de un primer recorrido por la región. La bella ciudad de las calles empinadas con subidas infinitas, de la catedral espectacular con sus colores blanco y negro, la ciudad de la elegancia Toscana, y de esa Piazza del Campo en la que te es imposible entender cómo es posible que en dos ocasiones al año se corran las más intensas y aguerridas carreras de caballos del mundo entero. Es maravilloso pasear por el centro de la plaza e intentar imaginar esas carreras veloces, esas luchas entre “contradas” (los barrios de la ciudad), ese ruido que lo llena todo, esos colores que ocupan de punta a punta la plaza más bella que yo he visto nunca.
En mi primera visita a Siena tuve el privilegio de un guía de excepción, Pasquale, un amigo mío de origen puramente Toscano que amaba mucho su ciudad y el pequeño pueblo de Bettolle donde había transcurrido su infancia. Un ejecutivo de la banca al que su profesión había llevado a vivir en ciudades como Madrid, Barcelona o Paris, pero al que solo se le iluminaban los ojos cuando hablaba de su Toscana. Recorrer Siena con Pasquale fue todo un ejercicio de resistencia física, y la certeza de que de vuelta a casa tenía que volver al gimnasio. Su paso veloz subiendo y bajando las calles estrechas de la ciudad hizo que en un momento dado fuera imposible caminar y hablar a la vez. Fue una maravilla conocer Siena de su mano, descubrir los rincones más desconocidos para el viajero, y acabar la noche disfrutando de la mejor “ribollita” – una sopa de verduras típica de la región- que en aquella noche de frio intenso y después de algo muy similar a una maratón de subidas y bajadas fue un verdadero manjar de dioses.
De esa tarde en Siena recordaría tiempo después que allí tuvo lugar el último paseo que pude disfrutar caminando con Pasquale, a quien tan sólo dos años después de nuestro encuentro un destino muy cruel dejaría postrado en una silla de ruedas para siempre. Volví a descubrir una nueva Toscana de su mano, ya que a pesar de sus limitaciones físicas se convirtió de nuevo en el mejor guía para que siguiera conociendo lugares nuevos de la región, y sin él saberlo ni pretenderlo se convirtió también en el mejor maestro de vida que alguien pudiera desear.
3 comentarios
¡¡¡¡Fantástico relato Olivia!!!!!
Tus vivencias y por qué no, también tus aventuras en la Bella Italia, hacen que sea fácil trasladarse contigo y disfrutar como si estuviéramos allí mismo.
La Toscana todavía es mi asignatura pendiente, pero me has hecho pasar un rato estupendo leyendo el blog y ¡¡quiero ir……… jeje!!!!.
Besos,
¡Se me ha ido el “intro”!!!. Me queda por decir que me emociona el maravilloso homenaje a Pasquale. Otra vez un montón de besos.
Impresionante y bellísimo artículo! Enhorabuena Olivia, leerte es sin duda yn viaje inolvidable.