Como muchas otras mujeres de la historia que tuvieron que ocultar su identidad para poder avanzar, y tuvieron que hacer servir seudónimos para poder entrar a formar parte del mundo de la cultura, del arte, la ciencia o de muchas otras disciplinas, también en el caso de los viajes hallamos un claro ejemplo de lo que significaba ser mujer en un mundo en el que algunos viajes estaban reservados únicamente para los hombres.
La botánica y exploradora francesa, Jeanne Baret, hizo historia el siglo XVIII al unirse a una expedición disfrazada de hombre, y cambiando su nombre por el de Jean Baré pudo circunnavegar el mundo, formando parte de una expedición a la que nunca hubiera podido acceder desde su condición de mujer.
Si bien se conocen pocos datos de su infancia, se sabe que tras quedarse huérfana a la temprana edad de 15 años empezó a trabajar como institutriz del reconocido naturalista francés Philibert Commerson, un empleo que le permitió profundizar en su pasión por la botánica y ampliar sus conocimientos sobre un tema, para el que había demostrado desde pequeña tener una intuición natural.
En el transcurso de esta nueva etapa Baret inició una relación sentimental con Commerson que la llevó a viajar con él por toda Europa, mientras seguía aprendiendo y consolidando sus conocimientos de botánica. La fama del conocido naturalista seguía creciendo y llegó a ser nombrado botánico del rey Luis XVI.
Una de las consecuencias de este reconocimiento a los trabajos desarrollados por este experto naturalista surge cuando, el también botánico, Carl Linnaeus, (responsable de idear el sistema para nombrar especies vegetales que se sigue utilizando a día de hoy), recomendó a Philibert Commerson como botánico en un viaje alrededor del mundo, organizado por la nación francesa cuyo objetivo era el de buscar territorios desconocidos.
Cambiando su nombre por el de Jean Baré pudo circunnavegar el mundo, formando parte de una expedición a la que nunca hubiera podido acceder desde su condición de mujer”.
La expedición estaba al mando del militar, navegante y explorador Louis Antoine de Bougainville que bajo ningún concepto hubiera permitido la presencia de una mujer en el viaje, por lo que Commerson y Baret decidieron que se disfrazaria de hombre para poder formar parte de este grupo de expedicionarios que surcarían los mares en dos barcos de guerra franceses, que zarparon de Nantes en 1766.
A lo largo de esta larguísima travesía, una de cuyas primeras escalas fue en Montevideo, Commerson tuvo que enfrentarse a graves problemas de salud que le incapacitaron para poder desarrollar las tareas que le habían sido encomendadas como botánico de la expedición, así que la joven Baret se vio obligada a realizar una gran parte del trabajo, que consistía principalmente en la recolección y catalogación de plantas.
Durante este proceso una de las plantas más espectaculares descubiertas por la botánica fue una bellísima planta trepadora a la que bautizó como buganvilla en homenaje al líder de la expedición.
Pero a pesar del excelente trabajo realizado y de su esfuerzo por que su identidad real no quedara al descubierto, la verdad es que el engaño no pudo mantenerse durante toda la navegación y aunque se sabe poco acerca de la manera exacta en la que sucedió, la realidad es que Baret no pudo regresar a Francia con la expedición.
Algunos relatos apuntan que Jeanne fue descubierta al llegar a Tahití, mientras otras versiones afirman que fue la tripulación la que la delató al descubrir su condición de mujer. Tras este descubrimiento Baret fue abandonada junto a Commerson en la isla Mauricio, ya que el capitán de la expedición se negó en redondo a volver a Francia con la certeza de que una mujer formaba parte del grupo.
A pesar de la accidentada llegada a Mauricio el gobernador de la isla les invitó a realizar varios viajes a Madagascar, lo que para unos naturalistas era un verdadero paraíso terrenal. En 1773 se produce la muerte de Commerson, y a partir de ese momento se pierde algo el rastro de la vida de Jeanne Baret, si bien se sabe que contrajo matrimonio con un suboficial de la marina francesa con el que le fue posible completar la vuelta al mundo y regresar a Francia, donde se convirtió en una mujer rica al enterarse de que Commerson la había nombrado heredera de su fortuna.
La vida de esta valiente exploradora se apagó en Saint-Aulaye, Francia, el 5 de agosto de 1807 a los 67 años, con nulo reconocimiento público a su importante aportación al mundo de la botánica. Dos siglos después el libro de la escritora Glynis Ridley “El Descubrimiento de Jeanne Baret” (2010), sacó del anonimato a esta gran mujer de ciencia y le otorgó la importancia y justicia histórica que su figura merecía.