Recorriendo Hong Kong entre rascacielos, naturaleza incontaminada, prosperidad y decadencia
En mi último relato os hablé de la primera parte de mi viaje a China, mis 72 horas en Pekín. Aquí estoy de vuelta para contaros la segunda parte de la aventura, para mí la mejor: ¡nos vamos a Hong Kong!
Hong Kong siempre me había fascinado y estaba desde hace mucho tiempo en mi lista de lugares para visitar sí o sí. Sin embargo, los amigos que habían ido, me comentaban que no era una ciudad muy atractiva y no la recomendaban. Siempre me acuerdo de una querida amiga que me dijo: “Sí, estuve un día en Hong Kong, hice escala cuando me fui a Australia, pero no es nada especial.. Solo me acuerdo de estos rascacielos altísimos con ventanas desproporcionadamente pequeñas y poco más”.
Después de haber estado allí puedo entender porque a muchos no le gusta esta, para mí preciosa, ciudad. Al despedirme de ella me acuerdo que exclamé: “Objetivamente, quizá la ciudad es fea… pero no se puede no enamorarse de ella”. Suena raro, lo sé: pero a lo largo del relato, creo y espero, que entenderéis mejor lo que quiero decir.
Hong Kong es una ciudad, o mejor dicho una región/estado, que en tan solo un día puede parecer no muy atractiva y con poco que ofrecer. Pero entonces ¿por qué es la ciudad con el mayor número de visitantes en todo el mundo? Es un destino que lo tiene todo, naturaleza, playas, maravillas arquitectónicas, vistas impresionantes y mucho más.
Empecemos desde el principio: llegamos a Hong Kong por la noche después de unas tres horas de vuelo desde Pekín. Ya desde el primer momento, fue más que evidente que se trataba de un mundo totalmente diferente al de la ciudad imperial. Al salir del aeropuerto subimos a un tren super rápido que en tan solo media hora nos llevó de la isla donde se encuentra el aeropuerto al centro de Hong Kong.
Llevo impreso en mi memoria el momento de la salida de la estación de Kowloon, el distrito donde se encontraba nuestro hotel: al levantar los ojos al cielo, nos encontramos rodeados de decenas y decenas de rascacielos altísimos, modernos, luminosos… ¡simplemente increíble!. En Pekín se respira historia y tradición en cualquier rincón, Hong Kong, en el primer impacto, se encuentra en sus antípodas.
El día siguiente al despertar estábamos en una minúscula habitación en la que apenas cabían nuestras maletas y desde nuestra – pequeña – ventana podíamos observar el skyline típico hongkonés, en mi opinión maravilloso. El espíritu viajero estaba impaciente por descubrir todo lo que nos esperaba. Era un día fantástico y el clima veraniego, entonces nos dirigimos a la isla de Lantau para visitar la estupenda aldea de Ngong Ping.
En tan solo una media horita de metro, se pasa del centro de la metrópolis más densamente poblada del planeta a un oasis de naturaleza incontaminada. Hay varias opciones para subir a la aldea, nosotros decidimos utilizar un teleférico que puede ser normal o, con un pequeño suplemento, con suelo de cristal. Recomiendo absolutamente esta última opción, ya que permite disfrutar durante todo el trayecto (que tarda unos 25 minutos, recorriendo casi 6 km en línea de aire) de una vista a 360 grados de toda la isla.
La aldea en sí es muy pequeña, solo hay un par de tiendas y unos restaurantes, pero tiene mucho encanto. La atracción está a unos minutos andando y es la celebre estatua de Buda Tian Tan, una de las estatuas de Buda más grandes de china, ¡impresionante!. Mide 34 metros y es símbolo de armonía entre personas, naturaleza y religión. Justo al lado de la estatua se encuentra el monasterio budista de Po Lin, el más grande de Hong Kong.
Después de visitarlo en detalle y perdernos en los colores y olores del templo, nos encontramos en un perfecto estado mental zen y decidimos aventurarnos por un magnífico recorrido natural, el Ngong Ping Fun Road. Mi estado zen fue interrumpido casi enseguida por cruzarme con una araña más grande que una mano, pero después de unos cuantos minutos de hiperventilación, las vistas impresionantes sobre el mar de la China meridional y las islas me hicieron olvidar enseguida este pequeño trauma.
No me esperaba que esta isla diminuta tuviera tanto para ofrecer: a regañadientes decidimos que había llegado la hora de despedirnos de aquel místico lugar, ya que teníamos pocos días a disposición y mucho más para descubrir, sin embargo es un sitio adonde me gustaría volver y quedarme como mínimo un par de días completos y, entre otras cosas, subir a pie en vez que en teleférico.
Nos dirigimos a la isla de Hong Kong, más exactamente en el distrito Central. Se trata de la zona más moderna de Hong Kong con los rascacielos más recientes y es el corazón financiero de la región: básicamente, es la cara de Hong Kong que todo el mundo conoce. Es caótica, aceras estrechas, mucho tráfico, gente frenética… es viva, es dinámica, es única.
Precisamente esta es una de las partes que creo que no todo el mundo apreciaría, puede fascinar tanto como dar pánico o claustrofobia. A mí, me gustó, ¡y mucho!. Si, sí que es verdad que es un lugar donde no creo que me gustaría vivir, para visitar es muy peculiar y permite descubrir una realidad totalmente diferente a la a la que estamos acostumbrados.
Ya había anochecido y regresamos a Tsim Sha Tsui en Kowloon, en la Avenue of Stars, para disfrutar de un espectáculo nocturno único en el mundo: a Symphony of lights. Se trata efectivamente del espectáculo de luces y sonidos más grande del mundo, cuyos protagonistas, cada noche a las 20.00 horas, son los rascacielos de Hong Kong. Al ritmo de la música que se escucha en la zona de Kowloon que acabo de mencionar, los rascacielos de la isla de Hong Kong, se iluminan y disparan láseres de diferentes colores mientras los maravillosos galeones rojos y azules se mueven por el estrecho que separa la isla de la península.
El día siguiente decidimos ir al Victoria Peak, la cima de la montaña más alta de la isla de Hong Kong (552 m.), desde la cual se puede gozar de una vista espectacular sobre toda la ciudad. Para alcanzar la cima se puede coger el peak tram, un tranvía que funciona desde hace 120 años: el tranvía conserva su estilo y diseño tradicional y es muy sugestivo, ya que en algunos momentos llega a una inclinación tal que provoca una ilusión óptica por la cual los pasajeros tienen la sensación de que los rascacielos parezcan torcidos y a punto de caerse. Para disfrutar aún mejor de la vista, aconsejo subir a la Peak Tower que, gracias a su enorme terraza, permite disfrutar de una magnífica vista a 360 grados.
Tal y como teníamos planeado, decidimos ir a una playa bastante conocida que se encuentra al sur de la isla de Hong Kong. Llegamos allí en una media horita, el día era maravilloso, hacía calor y mucho sol y la playa era estupenda, ¡nunca nos hubiéramos imaginado que hubiéramos vuelto a coger el bus tan solo media hora más tarde!
Al llegar a la playa, enseguida nos dimos cuenta de algo muy extraño: nadie se estaba bañando y había muy poca gente tumbada a disfrutar del sol. Casi todas las personas allí estaban en la orilla, cubiertos de pies a cabeza, tomando fotos y selfies. Después de un momento de perplejidad, pensamos, muy equivocadamente, que habíamos tenido suerte por tener casi toda la playa para nosotros.
Encontramos un punto perfecto bajo unos árboles, a las sombras, muy cerca de la orilla, con unas vistas maravillosas a la bahía. Nos habíamos quitado la ropa y solo llevábamos el bañador, lo que en principio nos parecía lo más normal del mundo. Enseguida ese momento idílico fue cortado por un enorme grupo de turistas chinos, habrán sido más de 50 personas, que comenzaron a mirarnos y murmurar evidentemente escandalizados.
Unos minutos después, varias personas empezaron incluso a tomarnos fotos con los móviles, quienes escondidos detrás de un árbol, quienes mucho más descaradamente delante nuestro. Al principio no me importaba mucho, pero luego me pregunté: ¿Y si estamos haciendo algo malo o incluso ilegal?.
Luego vi a otro grupito de occidentales en nuestra idéntica situación y tuve un momento de complicidad visual con un chico y, sin decirnos una palabra, decidimos tirarnos al agua: éramos los únicos en esa agua maravillosa, rodeados de decenas de personas haciéndonos fotos y videos. Salí del agua y decidimos irnos cuanto antes. Regresamos al hotel y nos parecía que habíamos estado en otro planeta, sentíamos una mezcla de vergüenza e incredulidad, así que enseguida nos pusimos a buscar respuestas en internet.
Resulta que los chinos no suelen desvestirse en la playa, primero por evitar el bronceado, que en su cultura es algo feo (de hecho casi todo el mundo iba hasta con paraguas en la playa), y segundo ellos no contemplan bikinis y bañadores, los consideran equivalentes a la ropa interior o a la desnudez. Total que para sus ojos habíamos sido desvergonzados, indecentes, indecorosos y exhibicionistas. Bueno cada país sus costumbres: lo seguro es que fue la primera y última vez que fuimos a una playa china.
Para terminar el día, decidimos dar una vuelta por Tsim Sha Tsui, visitando primero el iSquare, un centro comercial de 31 plantas, lujoso, enorme y vistoso, para luego ir a descubrir la cara decadente de Hong Kong, que, paradójicamente, se encuentra justo enfrente de este centro comercial: las Chungking Mansions.
No es un lugar apto para todos, es una experiencia muy fuerte y bastante peligrosa, cada uno asume su propio riesgo; se trata de un enorme complejo de 17 plantas divididos en 5 bloques donde residen más de 4000 personas y muchos pequeños hostales que cuentan con casi 2000 habitaciones ultra baratas.
No me voy a detener mucho en este tema porque, aunque podría escribir decenas de páginas sobre lo que vi en tan poco tiempo allí, podría ser perturbador para algunos lectores. Lo único que quiero decir es que yo fui porque me gusta ver lo bueno pero también lo malo de este mundo, si queréis ir, os recomiendo que vayáis preparados.
Al terminar la experiencia de las Chungking Mansions, nos dirigimos al barrio de Mong Kok para probar el delicioso street food de Hong Kong: absolutamente recomendables los Dim Sum (una gran variedad de pequeños platos), en particular el beef offal (no apto para vegetarianos, es una mezcla de casquerías de vacuno fritas).
Como siempre, demasiado rápido, ya había llegado nuestro último día en Hong Kong y nos daba tiempo visitar alguna atracción más. Primero nos fuimos al Templo Won Tai Sin, uno de los templos más conocidos y populares de Hong Kong donde pudimos asistir a celebraciones religiosas y ver gente rezando, rodeados de un templo bellísimo, en una nube mística de perfumadísimo incienso: una experiencia catártica.
Muy cerca del templo se encuentra el Diamond Hill, donde están el Nan Lian Garden y la Chi Lin Nunnery. El primero es un enorme, estupendo jardín en cuyo interior se encuentran el maravilloso Templo de la Absoluta Perfección, parques, pequeños lagos y hasta un molino y una pequeña cascada. La Chi Lin Nunnery es uno de los templos budistas más grandes de Hong Kong: está constituido casi enteramente por madera (lo que a mí, personalmente, me recordó mucho más el estilo japonés que el chino) y representa la armonía entre hombre y naturaleza. Sin embargo, tanto el templo como el jardín, están totalmente rodeado de altísimos rascacielos y se contraponen muy fuertemente los unos con los otros.
Como última meta, nos fuimos a buscar el templo de los 10.000 budas: como se puede leer en muchas guías, no es muy fácil de encontrar, porque está un poco aislado y escondido. Efectivamente nosotros al buscarlo acabamos en un enorme cementerio… ¿Y podíamos nosotros acabar en un normalísimo cementerio hongkonés en un día cualquiera?, ¡Claro que no!.
Era el pasado 28 de octubre, día en el que se celebraba el Chung Yeung Festival, o Festival del doble nueve: una festividad parecida a nuestro Día de Todos los Santos, donde todo el mundo va al cementerio para llevar ofrendas (principalmente comida, flores e incienso) para conmemorar los queridos difuntos. Allí, con caras de turistas, comprensiblemente, no éramos bienvenidos e intentamos irnos lo más rápido posible, sin embargo tardamos unos 20 minutos en conseguir salir por la multitud de gente que había y la ubicación del cementerio (estaba en la cima de una montaña y justamente por eso tardamos tanto en entender que estábamos equivocados).
Finalmente encontramos el camino correcto para el templo de los 10.000 budas: como el mismo nombre explica, se trata de un templo conténtente 10.000 estatuas de buda y el recorrido para llegar también está rodeado de cientos de estatuas de budas muy peculiares. Nos quedamos muy contentos de acabar el viaje con este templo porque realmente es único en el mundo y merece mucho la pena.
En conclusión, espero poder regresar muy pronto a ese pequeño estupendo mundo en si mismo llamado Hong Kong. Un mundo caracterizado por evidentísimas y fascinantes contraposiciones, antagónicas pero complementarias: antiguo y moderno, prosperidad y decadencia, naturaleza y urbanización, oriente y occidente… ¡Yin y yang!.