Todo viaje tiene un motivo,
un por qué escogemos un lugar.
En mi caso los sintetizo en tres
Mis porqués
Su grandioso patrimonio artístico
nos hará regresar al esplendor de aquellos tiempos en los que el hombre creó maravillas como los mosaicos bizantinos, levantó imponentes basílicas como Santa Sofía o desparramó su maravillosa creatividad en el diseño de mezquitas y en los azulejos que ornamentan sus paredes interiores.
Podremos dejarnos atrapar por la brisa del Bósforo
a bordo de una embarcación que pasa por debajo de sus puentes, contemplar las villas suntuosas (las que aparecen en las películas) recostadas en sus orillas, convivir con el trasiego comercial sobre sus aguas o disfrutar de un rojizo atardecer desde el crucero.
Podremos regatear en un bazar
saborear un té rojo, servido en un vaso con forma de tulipán, o probar el raki (un fuerte licor anisado) en una terraza con vistas a la ciudad, disfrutar de una delicia turca como el lokum (un dulce gelatinoso) y acabar el intenso día relajándonos con un tradicional masaje turco en un hammam.