Creo que una de las mejores cosas cuando viajas es observar a esos loquitos llamados “niños”, quien me conoce sabe que mi instinto maternal no está precisamente muy desarrollado, yo diría que se quedó en el útero de mi hermosa madre el día que decidí llegar a este mundo, aún así reconozco que me divierte muchísimo interactuar con ellos, sinceramente cada día estoy más convencidas que son ellos los que nos enseñan a nosotros y no a la inversa.
Supongo que todos recordamos lo maravillosa que solía ser nuestra infancia, siempre riéndonos, jugando sin cansarnos, ensuciándonos como si fuéramos hacer el anuncio de algún detergente de marca conocida, etc…nuestra mayor preocupación era ¿de que nos habría hecho el bocadillo ese dia nuestra madre o abuela?, aquello sí que era felicidad, no hay día que me detenga a observarlos y piense “ no me importaría volver a ser pequeña durante unos instantes”.
Tras mis múltiples viajes, una de las cosas que he sacado en claro ha sido que da igual el origen cultural, situación económica o incluso religión, que siempre encontrarás a estos infantes divirtiéndose de manera asombrosamente mucho más imaginativa que la de cualquier adulto.
Sin ir más lejos, uno de los destinos donde más pude disfrutar de ellos fue en Nepal, al principio se te acercaban con cierta timidez, pero en seguida sacaban su parte más curiosa y a la vez divertida y finalmente, a pesar de no hablar el mismo idioma, acababan relacionándose con nosotros con toda naturalidad.
De cualquier fuente de agua hacían un parque de atracciones, es increíble la creatividad que llegan a desarrollar estos pequeños que viven en países “subdesarrollados”, son auténticos genios.
Lo que más les llamaban la atención era el poder ver reflejadas sus caras en una cámara, !aquello era magia!, me recordaban a los niños de Gambia quienes posaban cual modelos para poder salir en primera línea, sus risas eran tan contagiosas, que era imposible no desternillarse con ellos.
Este año ha sido el primero que he tenido relación con el pueblo latinoamericano y sinceramente me han sorprendido tanto o más como en su día lo hicieron los asiáticos, !eran silenciosos!. No escuchabas llorar o chillar a ninguno de ellos y aquello era algo a lo que no estábamos acostumbradas, creedme cuando os digo que si en algún momento de mi vida mi reloj biológico se activó fue en esos instantes.
Al igual que los indonesios o los filipinos, dependiendo de la zona donde te encontrase podías ver dos tipos de caracteres completamente opuestos, es decir, en las ciudades turísticas notabas que estos estaban más acostumbrados a interactuar con los viajeros por lo que no les intimidábamos en absoluto, en cambio si viajabas a Sumatra, entre otros lugares, al no ser tan usual la existencia de extranjeros, su carácter era de cierta curiosidad, simpatía, pero sobre todo de nobleza, era algo que nos asombraba.
Los progenitores de los mismos estaban encantados de que conviviéramos con ellos y sobre todo de que retratáramos a sus vástagos con nuestras cámaras, os aseguro que si tenéis la oportunidad de compartir con ellos estas vivencias habréis conseguido una nueva familia para el resto de vuestra vida.
He de confesaros que, cada vez que viajo y convivo con todos ellos en esos países que algún osado se atreve a llamar tercer mundista y donde percibes desde que llegas, que todos estos niños son criados en un seno familiar en el cual tan solo predomina el amor y los valores de la misma y donde no existe lo material ni lo superficial, me reafirmo que nuestra sociedad “moderna” y europea está a años luz de todos ellos y que sin dudar un solo segundo, podríamos y deberíamos aprender mucho de los mismos, pero claro como bien dice mi hermano “la ignorancia es muy atrevida…” y cuando viajas te das cuenta de esta realidad.
Es curioso lo que estos locos bajitos pueden hacernos sentir en cada minuto que decides compartir con ellos, esa infinita felicidad, ese amor incondicional, esa fidelidad absoluta, etc… que te demuestran sin ningún tipo de censura, ni condiciones más allá que la de una inocente alma, sin lugar a duda no tiene precio.
Es por ello que me indigna cuando vemos a veces esas injusticias que les suceden provocadas por unos cuantos adultos irresponsables y egoístas que en un momento dado decidieron que la llamada de la paternidad/maternidad llamaban a su puerta y en vez de cerrarla de nuevo, abrieron la casa de par en par sin pensar que estos inocente nunca pidieron estar en este mundo…
La infancia debería ser respetada tanto o más que la de cualquier ser humano… ellos son el futuro de este mundo y si nosotros como adultos ‘responsables’ nos dedicamos a destruirles su niñez y evolución que nos quedará…nada señores, no nos quedará nada…es por ello que debemos ser partícipes de su infancia, una infancia feliz y tranquila donde estén protegidos de cualquier situación que no les toque vivir, donde puedan crecer en armonía y con mucho amor y alejados de muchos de los actos sin sentido de nosotros los adultos…
La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras (Jean Jacques Rousseau, Filósofo francés)