Viajar antes de Viajar

Eslovenia

JOSEP PRATS

No encontraremos un país tan minúsculo (más pequeño que la Comunidad Valenciana y con poco más de dos millones de habitantes) que ofrezca tanto. Un país que sorprende y cautiva por su belleza natural, por su estilo de vida saludable, por su diversidad de paisajes. En apenas dos horas podemos pasar de la belleza de una costa con herencias venecianas a la majestuosidad de los picos nevados de los Alpes Julianos, de lagos y ríos glaciales color turquesa. Las ciudades son un ejemplo de arquitectura armoniosa y de vida apacible, y su cultura rústica es encantadora.

“Eslovenia es el prototipo de país sostenible no sólo por la exuberancia de su naturaleza, sino también por la conciencia ecológica de sus habitantes.”

Con más del 60% de su territorio ocupado por frondosos bosques, Eslovenia es el prototipo de país sostenible no sólo por la exuberancia de su naturaleza, sino también por la conciencia ecológica de sus habitantes. Un corazón verde en el centro de Europa que llena de energía a sus gentes y a sus visitantes. Aconsejamos visitarlo sin prisas, saboreando cada rincón, siguiendo el ritmo apacible y auténtico que marca su fantástico mundo natural. También nos aguarda una rica gastronomía, numerosas bodegas para diseñar nuestra propia ruta del vino y festivales para sumergirnos en su rica cultura popular.

Todo viaje tiene un motivo,

un por qué escogemos un lugar.

En mi caso los sintetizo en tres

Mis porqués

A pesar de que Eslovenia

es fundamentalmente un destino de naturaleza, su pequeña franja costera ofrece el atractivo de sus poblaciones con herencia veneciana, con iglesias, campanarios y calles empedradas. Rincones donde podemos revivir el sabor de la gastronomía mediterránea, mecernos al sol y visitar una fuente de riqueza como las salinas.

Las zonas de alta montaña

como los Alpes Julianos, con sus picos nevados, sus valles, lagos glaciales de color turquesa, su bravos ríos encajonados entre paredes de roca, son un regalo de la naturaleza que no podemos despreciar. Además de observar, nos invitan al senderismo, a la escalada o al rafting.

Un mundo fascinante

nos aguarda bajo tierra. Los fenómenos cársticos han labrado auténticas catedrales en las entrañas de las cuevas, cuyos techos, columnas y pináculos son estalactitas y estalagmitas con formas que ni el mejor arquitecto barroco podría haber imaginado.

Entraremos en Eslovenia por el mar. Puede parecer paradójico ya que se trata de un país que se ofrece al visitante con sus imponentes montañas, valles, ríos, campiñas tapizadas de verde o maravillosas cuevas. La corta línea de su litoral, que se dibuja a lo largo de sólo 46 kilómetros acariciados por el Adriático, es un pequeño mundo con personalidad propia encajonado por las fronteras de Croacia e Italia.

 

Una buena idea sería pasar un par de días en Venecia, saborear sus joyas artísticas y ambiente romántico y, en coche de alquiler, entrar en el país esloveno, el más verde de Europa, por donde asoma al azul marino a través de una diminuta apertura. Sólo 200 kilómetros separan la ciudad italiana de la bella Piran, una acogedora población, donde la arquitectura veneciana delata su pasado igual que el bilingüismo de la mayoría de sus gentes que comparten el italiano con el esloveno.

 

Sus casas se encaraman por una península que asoma al mar con orgullo. Podemos iniciar la visita en el puerto mercantil de época medieval para llegar al núcleo principal, la plaza bautizada con el nombre de Giuseppe Tartini (1692-1770), en honor al compositor y violinista local. Podemos perdernos por sus callejuelas soleadas, sazonadas con perfume de mar, observar la belleza de sus edificios medievales, encaramarnos por las cuestas hasta las murallas, desde donde veremos, si vamos en verano, cómo las gentes se bañan en el azul adriático ajenas al pasado de estas piedras.

 

La muy veneciana catedral de San Jorge es la corona y emblema de Piran. Su exterior blanco y sin alardes decorativos queda eclipsado  por su campanario, que se lleva todas las fotos. Como era habitual en la Italia renacentista se levantó separado del conjunto. Desde lo alto de esta torre podremos vislumbrar donde empieza y donde acaba la breve costa eslovena.

 

Si Piran desprende atmósfera romántica, la cercana Izola atrae por los buenos aromas y sabores de sus restaurantes. Y si buscamos diversión nocturna Portoroz nos ofrece una buena carta de locales. A los eslovenos del ‘interior’ (casi todos lo son) les gusta asomarse en sus vacaciones a esta breve franja de mar para respirar sus saludables aires, cambiar el agreste escenario de las montañas por la suavidad de las playas, mecerse en su cálido clima… y disfrutar de recetas marineras heredadas de sus tiempos venecianos como la cazuela de gambas o el pescado a la sal.

 

No muy lejos, en el Parque Natural de Secoveljske, podremos visitar las salinas de Piranske, donde se extrae este regalo del mar. Un lugar de belleza sencilla y tranquila, con montañas de sal secándose al sol y bandadas de flamencos y otras aves comunes en los ambientes salineros

Con el sabor de mar aún en la boca el paisaje va a dar un vuelco total. La naturaleza, como si fuera un escultor sublime, nos va a ofrecer una de sus grandes obras. Una obra labrada en las profundidades. En pocos minutos el tren nos dejará en una plataforma donde iniciaremos el recorrido a pie. Se trata de un camino de cemento, con barandillas, sin escalones, que se puede recorrer con cochecitos de bebé o sillas de ruedas.

En ningún momento saldremos de nuestro asombro. Lo primero que encontraremos será la Gran Montaña que se formó por el derrumbe del techo de la cueva. El camino nos lleva hasta su irregular loma desde donde tendremos unas fantásticas vistas de la cueva. Pasaremos el Puente Ruso (artificial, construido por prisioneros rusos) para llevarnos a lugares tan espectaculares como la llamada Sala Roja, donde el incesante y secular goteo fue erosionando minerales como el hierro para dar color rojo-oxido a las formaciones que iba inventando. O la popularmente llamada Sala de los Espaguetis dónde el capricho del agua filtrada labró largos tubos de roca calcárea que recuerdan la forma de esta pasta alargada.

El gran símbolo de la cueva de Postojna es El Brillante, una exquisita estalagmita, de cinco metros de altura, que ha ido creciendo durante 50.000 años por un goteo que lenta e incesantemente ha depositado y sigue depositando finas capas de calcita. La humedad le da un brillo inmaculado, que las luces resaltan. Nos dará la sensación de estar ante una irregular joya gigante. Pero en la cueva también hay vida. En la cueva encontraremos un pequeño vivario con un rarísimo anfibio de piel translúcida. Es el Proteus anguinus: Un cuerpo alargado como una serpiente, cuatro patas muy cortas, los ojos cubiertos por la piel, unas branquias que cuelgan a ambos lados de la cabeza, color rosa pálido transparente, extremadamente sensible a la luz… y muy resistente: Vive más de cien años y puede pasar diez sin comer. No es extraño que este peculiar animal haya alimentado fantasías que los representan como crías de los míticos dragones (en el exterior, hay un amplio vivario con más ejemplares de Proteus anguinus y otras formas de vida encontradas en la cueva).

La visita a pie termina bajo una gran cúpula natural: es la enorme Sala de Conciertos. Tiene capacidad para 10.000 personas. La naturaleza ha hecho aquí un gran regalo a las grandes orquestas sinfónicas: Una maravillosa acústica. El trenecito nos aguarda para el regreso. Volveremos a pasar por el precioso Salón de Baile… por si nos ha quedado alguna foto por hacer.

A ocho kilómetros de la Cueva de Postojna nos impactará la imagen de una fortaleza encajonada, como si un gigante lo hubiera hecho a martillo, en una oquedad de una mole kárstica. Es el Castillo de Predjama (en esloveno significa ‘castillo en una cueva’) que se asoma a un precipicio de 150 metros de altura como si fuera un nido de águilas. Es la combinación de la creatividad de la naturaleza y el ingenio humano.

 

A distancia parece un castillo de cuento… pero en realidad está envuelto en una leyenda cuyo protagonista es un tal Erasmo Lueger, más conocido por Erasmo de Predjama. Un caballero testarudo y orgulloso que plantó cara al emperador Federico III de Habsburgo por haber mandado decapitar a un amigo suyo. Este personaje encontró refugio en este castillo. Fue sometido a sitio durante un año sin éxito. Pasaban los meses y no mostraba síntomas de debilidad.

 

Lo que no sabía el ejército asaltante era que las entrañas kársticas, en las que estaba incrustado el castillo, abrían pasadizos que conectaban con zonas fértiles del exterior. Cuenta también la leyenda que este peculiar personaje mandó lanzar, a modo de chanza, cerezas desde lo alto de los muros  a los desesperados enemigos. Pero lo que no pudo la fuerza lo pudo la traición de un sirviente. Erasmo tenía la sana costumbre de hacer sus últimas necesidades antes de ir a dormir. Era en un habitáculo exterior de una de las galerías del castillo. El plan era que el traidor encendiera una antorcha cuando aquél estuviera cumpliendo su rutina nocturna. El cañonazo hizo diana. Una leyenda con final tragi-cómico.

 

La visita al castillo nos permite recrear el lugar que envuelve esta leyenda. Una audioguía te lleva planta por planta, sala por sala, contando historias. Veremos los huecos por donde se lanzaban piedras y aceite hirviendo; la sala donde se celebraban los juicios, con dos puertas: una daba al precipicio, a donde se arrojaban los condenados, y otra a la prisión, donde eran torturados; las habitaciones del señor del castillo; la cocina con su chimenea natural; miradores escondidos; el oratorio y varias salas nos muestran todo tipo de armas y armaduras de la época. Incluso la galería con el fatídico baño.

 

Pero son la cueva y los pasadizos que se abren en la roca por la parte posterior del castillo, por donde llegaban las provisiones desde el exterior durante el sitio, la estrella de la visita. Cuidado si vas con niños, hay peldaños de piedra irregulares

En menos de una hora llegaremos  a Liubliana, la capital. No es una ciudad apabullante. Invita a pasear, a sentarse en sus terrazas, muy apetecible en los meses veraniegos. Es pequeña, con algo más de 280.000 habitantes, pero no pueblerina, sino moderna, vital. El ambiente de la ciudad es alegre. Músicos callejeros amenizan plazas y rincones, con melodías balcánicas a ritmo de violines y acordeones. La música, la danza y la cultura forman parte del día a día de sus gentes.

 

El punto de referencia, el kilómetro cero,  para moverse por la ciudad es la plaza  Preserenov, presidida por la estatua del famoso poeta. El pie de esta escultura de bronce es punto de encuentro para gente de todas las edades. A un lado se erige la colorida Iglesia franciscana de La Anunciación. En el otro, el triple puente Tromostovje, diseñado por el arquitecto Joze Plecnik que podríamos considerar, salvando las distancias, el Gaudí esloveno por la huella que sus obras han dejado en la ciudad. Se trata de tres puentes prácticamente pegados que unen la citada plaza Preserenov y la del Ayuntamiento. Los dos laterales son peatonales, el central es para vehículos… pero como el tráfico está restringido en el centro como mucho veremos furgonetas de limpieza o servicios.

 

Un poco más lejos se localiza el Mercado Central, también diseñado por Joze Plecnik, un centro de abastos que en días señalados se despliega por plazas, callejones y soportales junto al río. Vale la pena perderse en este entramado de tenderetes para impregnarse de la vida de la ciudad. El río Liublianica cruza la capital y le da un tono dulce y romántico. No podemos dejar de pasear por su rivera, dejarnos acariciar por la atmósfera de su entorno y pasar de lado a lado a través de sus puentes. El más emblemático es el Puente del Dragón. Cuatro robustas esculturas de este animal envueltas en la leyenda de Jasón y los Argonautas, según la cual el príncipe griego viajó a este lugar y encontró, combatió y venció al monstruo que ahora es emblema de la ciudad y aparece en su escudo de armas.

 

Otro puente importante es el Puente de los Carniceros o el Puente de los Candados. Es toda una experiencia atravesarlo. Antiguamente era la vía por la que la carne llegaba al mercado y lo curioso es que este puente que antaño  tenía un uso tan prosaico se haya convertido en un lugar tan romántico donde los amantes cierran sus candados del amor, los cuelgan en la baranda y arrojan las llaves al río.

 

Callejeando un poco desde el mercado llegamos al distrito de Metelkova, que rompe la armonía que se respira en la ciudad. Es el epicentro de la contracultura eslovena. Recuerda el barrio alternativo de Christiania en Copenhague. Todo empezó cuando un cuartel militar del antiguo ejército yugoslavo fue ocupado por una nutrida comunidad artística que convirtió este recinto en lugar de expresión.

 

Vale la pena darse una vuelta, especialmente en un fin de semana, para comprobar lo alternativos y fotogénicos que son sus innumerables rincones ocupados por talleres, galerías de arte, discotecas y bares nocturnos. Grafittis, fachadas coloreadas o esculturas realizadas con productos reciclados que lanzan polémicos mensajes componen este paisaje urbano.

El casco antiguo de Liubliana encierra muchos rincones. Vale la pena perderse en ellos guía en mano. Y para degustar el encanto de esta ciudad, equilibrio entre tamaño y calidad de vida,  lo mejor es verla desde arriba, desde el Castillo. Nos subirá hasta la cima un funicular moderno, de cristal. Veremos cómo el entramado de casas y calles se nos van alejando como si moviéramos un zoom. Arriba gozaremos de una fabulosa  vista de 360 grados. Y para terminar el día una buena idea es relajarse en el Parque Tivoli, una enorme zona de aire limpio y puro que, junto a otros parques y áreas naturales protegidas, sirvieron de argumentos para que en 2016 Liubliana fuera declarada capital verde de Europa.

 

Un paraíso natural nos aguarda a una hora de distancia: El color verde de los bosques y el azul turquesa de un lago decorado con un islote en su centro, presidido por el campanario de su iglesia. Es el lago glacial Bled, el icono por excelencia. Una maravilla envuelta por los gigantes con cumbres nevadas de los Alpes Julianos. Lo primero que nos pedirá el cuerpo será llegar al corazón de la postal que tantas veces habremos visto. Unos botes de madera con mucha tradición (del siglo XVI, con un hombre fornido que remará de pie) llamado ‘Pletna’ nos llevarán hasta el islote por 12 euros (si estamos en forma podemos alquilar una barca y llegar remando).

 

Nos esperará la Iglesia de la Asunción, pero antes tendremos que subir 99 escalones. La tradición dice que si tocamos la campana tres veces se nos concederá el deseo que hayamos pedido. Desde lo alto del campanario de 52 metros tendremos unas fantásticas vistas del lago como si estuviéramos en el centro de una circunferencia. Cada grupo de visitantes tiene 45 minutos para dar una vuelta a la diminuta isla… y para reponer fuerzas con el típico pastel de crema.

 

De regreso, podemos bordear el lago (noventa minutos andando y menos tiempo en bici de alquiler,) disfrutar de todos sus rincones, fotografiar el islote desde diferentes perspectivas. Y si es época de calor, buscar lugares autorizados para darse un baño. Mirando hacia arriba veremos la silueta del castillo que domina este lugar idílico. Se puede llegar en coche. Desde la cima de este acantilado tendremos la mejor panorámica, con el azul turquesa cruzado por las típicas barcas eslovenas. Se paga entrada. Hay un museo con salas que muestran la historia de Bled. En una de ellas hay una reconstrucción de la imprenta de Guttemberg.

 

Puedes imprimir tu nombre en una cartulina y llevártelo de souvenir. Pero hay dos miradores naturales para obtener aún mejores panorámicas, sobre todo en la hora mágica del atardecer cuando los rayos oro del sol se reflejan en el azul del lago. El de Ojstrica es el más famoso. Incluso hay un banco estratégicamente situado para componer una foto con alguien sentado en primer plano y la maravilla natural al fondo.

En un cuarto de hora de coche entraremos en la Garganta de Vintgar, un hachazo de la naturaleza que separó con violencia los montes de Borst y Hom y abrió camino al río Radovna para que fuera moldeando el fondo del desfiladero con su caudal turquesa. Vegetación a rebosar, rocas cubiertas de musgo, paredes verticales que provocan una sensación de majestuosidad, aunque también abruman.

 

Un recorrido de 1,6 km a través de pasarelas de madera y senderos sin apenas dificultad nos lleva de una punta a la otra. Se puede hacer en familia. En los tramos más estrechos las pasarelas parecen estar colgadas en la roca. Cuatro puentes nos pasan de un lado a otro con el bravo caudal que bajo nuestros pies va creando enérgicos rápidos que levantan una preciosa neblina de gotas de agua. Y como punto final un regalo: La cascada Sum, un enérgico salto de agua de 13 metros de altura. Hay un caminito para bajar al pie de esta cascada y hacer la mejor foto-recuerdo de esta maravilla.

 

Cerca del lago Bled, a sólo 16 km, nos aguarda otro regalo de la naturaleza: el lago Bohinj, más agreste, más auténtico que aquél. También custodiado por los imponentes Alpes Julianos, es una invitación a nuestros sentidos. Podemos dejar el coche junto a la iglesia de San Juan Bautista, hacernos fotos en este lugar emblemático del lago con el puente en primer plano, pasear por la ribera del lago, sentarnos en alguna roca, respirar tranquilidad y escuchar el silencio mientras vemos reflejadas en el agua las majestuosas cumbres nevadas. Y si es verano, podemos darnos en chapuzón. Y si queremos disfrutar aún más de las vistas podemos acercarnos a la orilla cuando el sol empieza a descender y proyecta su luz rojiza y dorada sobre el lago a través de las crestas de las montañas.

 

Otra gran experiencia es alquilar un kayak y remar hacia el centro del lago. Experimentaremos nuestra pequeñez rodeados de  agua y a los pies de gigantes de piedra. Muy cerca se esconde otro tesoro: La cascada Savika. Podemos dejar el coche en un aparcamiento cercano. En pocos minutos llegaremos al sendero que conduce hasta la cascada. Es de subida, pero unas escaleras con pasamanos de madera la hacen más cómoda. El esfuerzo tiene recompensa: Una gran caída de agua de 78 metros de altura se precipita sobre un estanque color turquesa y se desparrama hacia el lago. Unos pequeños peldaños nos permitirán acercarnos a la base de la cascada y ver su grandeza desde abajo.

 

Para redondear nuestra visita al lago Bohinj una buena idea es verlo desde las alturas. Un desvío desde la carretera que lo bordea nos llevará a Ukana. Desde allí, un teleférico nos va a subir hasta la estación de esquí de Vogel. Una vez en la cabina, pongamos el video en marcha. Las imágenes de cómo el lago va empequeñeciendo a medida que ascendemos serán uno de los grandes recuerdos del viaje.  Arriba, desde la terraza de la estación del teleférico nos impactará la grandeza del lugar: el azul-verdoso del agua abrazado y custodiado por los imponentes Alpes Juliana. Hay diversas rutas de senderismo e incluso un telesilla.

Estamos en el Parque Natural Triglav, el  más grande del país, que lleva el nombre de su pico más alto, el que todos los eslovenos llevan en el corazón y aparece en el escudo de la bandera del país. Un paraíso para senderistas y escaladores. Un lugar de cumbres nevadas, de refugios, de profundos precipicios, de caminos que retan a los más osados… y de cabras salvajes que salen al paso cuando menos lo esperas. Pero el parque no es sólo orografía abrupta, sino también tierra de pastores y agricultores.

 

Recomendamos visitar aldeas moteadas en el fondo de los valles. Sus granjas, graneros, pajares son una lección de vida y supervivencia en lugares inhóspitos.  Y atención a las colmenas decoradas con pinturas que convierten  la apicultura también en arte. Incluso en algunas de estas aldeas hay cabañas que se ofrecen como alojamiento. Es la oportunidad de sumergirse en un mundo tan alejado al nuestro.

 

Kranjska Gora, situado en la frontera con Italia y Austria se ha convertido en destino vacacional de muchos vecinos de Eslovenia. Sobre todo en invierno, ya que está al pie de la estación de esquí más grande del país. Como lugar turístico tiene todos los servicios. Vale la pena darse una vuelta entre sus casas con tejados alpinos y acercarse a su tranquilo lago. Su vitalidad moderna contrasta con el entorno tradicional aldeano. Dejaremos este precioso lugar para afrontar la carretera más tortuosa de Eslovenia. Nos esperan 50 km y otras tantas curvas en forma de herradura, señalizadas y contadas, y desniveles que llegan al 15%  para llegar a Bovec.

 

Un trayecto que guarda una historia dramática. Fue construida por prisioneros rusos durante la I Guerra Mundial. El ejército austrohúngaro necesitaba una línea aprovisionamiento para su frente de Isonzo (Italia) y utilizaron mano de obra en las peores condiciones, tanto humanas como climatológicas. A poco de iniciar esta carretera veremos la Capilla Rusa de madera levantada en memoria de los 300 prisioneros que murieron en una avalancha mientras a pico y pala abrían el camino por donde estamos pasando. El dramático pasado no puede enturbiar la experiencia estética que estamos viviendo. Paremos en miradores y disfrutemos de un paisaje agreste dulcificado por las nieves de las cumbres.

 

Pasado el contorneo, la carretera se vuelve recta y discurre al borde del río Soca, según los eslovenos el más puro que existe. Sus aguas transparentes, con tonalidades azul-turquesa, les dan la razón. Incluso su valle recibió el reconocimiento internacional por su apuesta por el turismo sostenible. La belleza de este río esconde su bravura que aparece cuando el cauce se estrecha y se inclina hacia abajo, cuando peñascos quieren plantar cara a su poderío. Entonces muestra toda su fuerza y se convierte en lugar ideal si eres aficionado al rafting o kayak. Bovec es la capital para disfrutar de estos deportes. Para novatos y valientes es una buena oportunidad de estrenarse en estas frías aguas bravas con los Alpes de telón de fondo

 

En menos de media hora estaremos en Kobarid. Allí tendremos una cita con la historia. Una sangrienta historia bélica que se escribió en estas montañas que ahora transmiten paz y belleza. Los parajes que cautivan fueron campos de batalla, de durísimos combates a más de 1000 metros de altura entre los ejércitos de Italia y el Imperio austrohúngaro en un hostil escenario de frío, viento y nieve. Una lucha feroz en el llamado frente de Isorno, en la frontera que entonces marcaban los Alpes Julianos. Los soldados no sólo tenían que sobrevivir al enemigo sino al frío, a la nieve, al viento. Acabarían muriendo unos 500.000 combatientes en este lugar ahora idílico. El Museo de Kobarid mantiene viva la memoria de aquel horror. Conviene visitarlo: Uniformes, material de supervivencia, toda suerte de munición y objetos… y el retrato de un joven Hemingway herido en el hospital. El célebre escritor relató aquellos episodios de guerra en su novela ‘Adiós a la armas’ basada en su propia experiencia como conductor de ambulancia.

 

Enfilaremos camino de regreso, otra vez camino hacia el mar. Nos aguardan unos 140 km. Atravesaremos la región vitivinícola de Goriska Brda. El decorado va a cambiar de forma radical: montañas suaves, onduladas en contraste con los perfiles agrestes y poderosos de las montañas del Triglav. Campos tapizados de viñedos y árboles frutales, aldeas medievales que emergen en lomas, dibujan un paisaje dulce y encantador. Y las neblinas típicamente mediterráneas que difuminan por las mañanas los campos recuerdan la Toscana italiana. Podemos visitar el precioso pueblo de Smartno, hacer nuestra propia ruta del vino visitando bodegas y fincas agrícolas, disfrutando de  sus caldos, especialmente los distintivos ‘vinos naranja’, y también de su gastronomía. Si vamos en otoño nuestro goce de paladar será acompañado por un precioso decorado de hojas rojas y amarillas.

 

Empezaremos a respirar aire marino a medida que nos acercamos a la costa eslovena para pasar  la frontera con Italia, conducir hasta Venecia y subir al avión de regreso a casa. Nos encontraremos con otro azul, el marino, que contrastará en nuestra memoria con aquel azul esmeralda de los lagos glaciares. Recordaremos el verde de los paisajes alpinos, el poderío de sus montañas, las maravillas que la región del Karst esconde en sus entrañas, la dulzura de los paseos en Liubliana junto al río. Y concluiremos que Eslovenia es un país pequeño en dimensión pero grande en experiencias.

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