Empecé a preparar una breve escapada de cuatro días al Véneto, una zona de Italia de la que sólo conocía Venecia y Verona, y me proponía a repetir visita en esas ciudades que por diferentes motivos, y por razones obvias para quien las conoce, me tienen fascinada.
Pero al final resultó que en lugar del viaje que yo tenía en mi cabeza me esperaba una maravillosa sorpresa en forma de itinerario por el Véneto, completamente alejado de las rutas turísticas de las ciudades más conocidas por el viajero, que me llevo a perderme en unos paisajes tan bellos que sé que los llevaré para siempre en mi corazón.
Como el punto de destino de mi vuelo era Verona es evidente que no desaproveché la ocasión de caminar por la bella ciudad y a escasas horas de mi llegada ya pude disfrutar de uno de esos atardeceres que solo existen en las ciudades italianas. Será por la historia que se respira en algunas ciudades, será por el color rojizo de muchas de sus fachadas, pero es verdad que en ninguna ciudad he disfrutado de atardeceres como los vividos en mis paseos por algunos lugares de Italia. Recorrer Verona mientras se pone el sol, y dejarse acariciar por la brisa fresca del principio de la primavera es un verdadero regalo.
El primer lugar en el que ansiaba perderme era la majestuosa Arena, ese inmenso y bello edificio en el que aún en silencio se puede escuchar la ópera. El día en el que recorría el exterior del edificio pude ver que se estaba preparando un gran escenario, con un sinfín de attrezzo enorme que seguramente iba a configurar el marco perfecto de un gran espectáculo musical.
Mientras paseaba el diámetro circular de la maravillosa Arena resonaban en mi memoria las notas de las mejores arias de la historia de la ópera, y decidí que Maria Callas sería la voz que me acompañaría en ese recorrido por ese bello teatro al que ansío volver muy pronto para disfrutar desde dentro de alguna de las óperas más bellas de la historia.
Me gusta la Arena, me encanta su majestuosidad enclavada en un espacio tan pequeño en el que parece que casi no respira, y quizás ese emplazamiento la hace aún más grande a mis ojos.
Continué el paseo por el centro histórico de la ciudad de la manera en la que yo amo viajar, sin rumbo fijo, respirando la ciudad, observando su gente, y escuchando trocitos de vida de un lugar que no conozco y al con toda certeza me podría adaptar perfectamente.
Seguramente Verona es una ciudad en la que podría vivir tranquilamente, ya que reúne lo más bello de Italia y una cierta organización nórdica que la aleja del caos de otras ciudades italianas en las que es muy difícil vivir. El centro de Verona alterna peatones, ciclistas, pocos coches, y es sin lugar a dudas una ciudad para caminarla y disfrutarla.
Yo para mi estancia escogí un encantador apartamento que me permitía ir paseando en pocos minutos hasta el centro de la ciudad. Recomiendo al viajero que considere esta opción cuando vaya a Verona, y que si viaja en coche lo deje a las afueras de la ciudad ya que es del todo imposible aparcar en el centro si no se opta por los incómodos parquímetros en los que cada tres horas hay que ir cambiando el ticket. En la zona del cementerio justo a la entrada de Verona hay una zona bastante amplia en la que se puede dejar el coche sin problema. Desde allí solo hay que cruzar el río y se llega al centro histórico.
Volviendo a mi recorrido desde la Arena en mi primera noche en Verona, me encantó la sugestiva y encantadora Piazza Bra con sus edificios bajos de colores y esa tranquilidad que se respiraba a pesar de la incesante actividad por la hora del día. Desde allí seguí paseando por el Corso Porta Borsari hasta llegar a ese punto de encuentro de los veronesi que es la Piazza delle Erbe.
Una bella y ordenada plaza en la que antes de cenar las terrazas están llenas de gente que charla animadamente disfrutando de la hora del aperitivo, una tradición bien consolidada en la cultura italiana. Un sinfín de amigos italianos me habían hablado sin cesar del Spritz, y ahora mientras escribo mi relato me doy cuenta de que en cuatro días de viaje no me acordé de que no podía marcharme sin degustar el más famoso de los aperitivos del Véneto y cuyo origen se remonta a los tiempos de la dominación austro-húngara en la región. Es evidente que tengo que volver a probar el Spritz…
Tras haber descubierto el centro de la ciudad y mientras contemplaba un escaparate de mi amada librería Feltrinelli observé un elegante señor a mi lado y decidí que parecía todo un veronese perfecto para aconsejarme el mejor restaurante de la zona.
No podía haber hecho mejor elección ya que el amable lugareño me condujo hasta la Osteria al Duca en Via Arche Scaligere, 2. La hostería, según cuenta la historia, ocupa el primer y segundo piso de una casa del s. XIII que pertenecía a la familia de los Montecchi, y donde – siempre según la historia – vivió el enamorado Romeo. El lugar con el paso de los años se transformó en hostal para viajeros en el que se servían comidas, y se trata de la hostería más antigua de Verona.
Yo no tengo la certeza de si Romeo vivió o no allí, pero estoy segura de que si hubiera probado la cocina que yo tuve ocasión de degustar es muy probable que se hubiera replanteado su dramático final….Contraviniendo las normas de mi dietista me cené una polenta con gorgonzola y funghi (que luego me costó tres clases de spinning poder eliminar), pero valió la pena porque fue sin lugar a dudas una de las mejores polentas que yo he probado en mi vida. El local realmente encantador y sugestivo, el servicio impecable, y los platos inmejorables. Totalmente recomendable!
El segundo día de mi estancia, y a pesar de la lluvia incesante que caía sobre Verona quise visitar el pintoresco pueblo de Lazise, situado en la orilla más oriental del Lago de Garda y que realmente vale la pena conocer. Al ser un pueblo muy pequeño se puede pasear con calma perdiéndose entre sus callejuelas y luego acabar el recorrido degustando por ejemplo un delicioso helado frente a la orilla del lago. Hay gente que odia la lluvia pero a mí siempre me ha encantado, y disfrutar de un magnifico gelato italiano contemplando la lluvia caer sobre el lago infinito fue un momento de una belleza sugestiva que hubiera admirado durante horas.
Tras el paseo por Lazise y ya de vuelta hacía Verona como casi era la hora de comer conseguí (tras muchas paradas infructuosas!) encontrar un lugar de comida casera en el que disfruté de unos tallarines con guisantes y champiñones soberbios. En Italia me suele pasar muy a menudo que no recuerdo la rigidez en tema de comidas y a las 14.30 h. de la tarde era casi misión imposible encontrar un lugar donde comer algo sin que fuera un bocadillo.
Este es un tema a tener en cuenta para los viajeros que recorran el Véneto, ya que en otras regiones de Italia he visto algo más de flexibilidad pero aquí me ha sorprendido que en tema de horarios comerciales son bastante rigurosos.
Una constante en la cocina de la región es la presencia de la polenta, que se sirve habitualmente como acompañamiento de platos a base de carne, pescado y queso. Esta es una pequeña muestra de algunas delicias que tuve la suerte de disfrutar, acompañadas de los exquisitos vinos de la zona: 1. Polenta con funghi y gorgonzola; 2. Polenta con queso a la plancha; 3. Tagliatelle funghi e piselli; 4. Polenta, funghi e formaggio; 5. Tortelli ripieni di bruscandoli; 6. Gnocchi sbattuti alla fioretta.
Como buena amante del vino que soy no podía marcharme de una región vinícola por excelencia sin probar alguno de sus caldos y eso es lo que hice en las bodegas de Rocca Sveva, que desafortunadamente por falta de tiempo no pude visitar (volveré!!!) pero si pude deleitarme con un vino blanco que me recordó que los blancos en Italia son realmente fantásticos. Mi paladar aprecia mucho los tintos españoles pero me rindo ante la evidencia de los blancos italianos. A quien le guste el vino no le defraudará una visita a este bello templo vinícola situado en la localidad de Soave.
El día siguiente me depararía una excursión realmente fantástica por el altiplano de Asiago que se encuentra en la provincia de Vicenza. El lugar se conoce también como el altiplano de los siete municipios y regala unos paisajes de una belleza natural tan intensa como serena.
De hecho es un lugar ideal para los amantes del ciclismo y del esquí de fondo, y quedé tan impresionada por lo maravilloso del lugar que después de muchos años de pensarlo he decidido que tengo que probar si o si el esquí de fondo, y no se me ocurre ningún lugar mejor en el que iniciarme que entre los maravillosos bosques de la localidad.
Dos cosas me impresionaron mucho de la zona, la belleza de la pequeña Asiago y sus carreteras paisajísticas, así como el monumento funerario más conmovedor que yo he visto nunca. Una construcción blanca, de líneas muy sencillas, que tiene como marco las majestuosas montañas de la zona y que cada día hace enmudecer de emoción a la población y sus visitantes cuando a las 16.50 horas suenan, todos y cada uno de los días del año, las notas de Il Silenzio, el himno militar que honra a todos los caídos que el lugar de triste belleza encierra entre sus paredes.
Los restos de un total de 54.286 caídos en la primera guerra mundial reposan en un lugar sereno de emocionante calidez, que si no fuera por el horror que recuerda podría ser un templo de serenidad y recogimiento. El ser humano sigue cometiendo los mismos errores un siglo después, y mientras uno recorre con los dedos los nombres esculpidos de todos los jóvenes que dejaron sus vidas prematuramente en la batalla se pregunta de que ha servido evolucionar, mejorar, aprender, si seguimos matándonos los unos a los otros en el siglo XXI.
El recorrido por las carreteras del altiplano fue realmente mágico, como lo fue también la experiencia gastronómica en forma de tortelli ripieni di bruscandoli seguido de una polenta con queso a la plancha que literalmente quitaba el sentido. En este caso fue la Trattoria “Da Renato” de la Contrada Bosco 270 de Asiago (0424 462393), cocina casera, genuina, en la que tenías las sensación de que te estabas comiendo los manjares que solo una nonna sabría prepararte.
De regreso a Verona una parada obligatoria era una de las queserías de la zona, de hecho Asiago es célebre por sus exquisitos y reconocidos quesos cuyo origen se remonta al siglo X cuando el Obispo de Padova era pagado por sus vasallos con el mejor queso que producían.
Con el pasar de los siglos el aumento demográfico y la deforestación progresiva de algunas zonas llevaron a la creación de la mayor concentración de malghe (cabañas de pastores) de todo el arco alpino. De hecho recorrer toda la zona de Asiago permite contemplar decenas de malghe en las que aún hoy en día se elabora un queso realmente exquisito cuya fama ha traspasado fronteras. El Caseificio Pennar fue en esta ocasión el lugar en el que degustar algunos quesos de la región, y lo difícil era decidirse por uno de ellos solamente.
Seguía en el Véneto, y a pesar de que Venecia me llamaba con insistencia prefería dejarme acariciar por la belleza de la naturaleza de la región, por lo que el último día volví a recorrer otras rutas paisajísticas y acabé en Roverè Veronese, una parte del Véneto con puntos que alcanzan los 1500 metros de altura, y donde la localidad principal Roverè se caracteriza por estar construida sobre el asentamiento de un poblado del neolítico.
Era el último día de mi estancia y había que concluir el viaje con una comida a la altura de la experiencia gastronómica que había sido este descubrimiento por el otro Véneto, y la verdad es que el lugar no defraudó sino que supero ampliamente cualquier expectativa que yo pudiera tener en este sentido.
Un lugar en medio de la nada, bueno mejor dicho, en medio de unos paisajes de ensueño, lejos del mundanal ruido, en el que solo se oía el cálido murmullo del silencio fue el mágico restaurante en el que yo me despediría de la región. El Parparo Vecchio una rústica casa de piedra en la que entrando te recibía el olor de la chimenea y de una cocina que antes de probarla ya sabías que la ibas a adorar.
Una de las ventajas de viajar fuera de temporada era poder gozar casi en solitario de una bella casa de piedra, el calor de la chimenea (que a pesar del mes de mayo era de agradecer) y de unas pocas mesas ocupadas, por lo que se disfrutaba de un sugestivo y silencioso ambiente al que la guitarra de Paco de Lucía (gran sorpresa) ponía la mejor de las bandas sonoras que se pudieran desear.
El menú de ese día incluyó unos gnocchi sbattuti con la fioretta, o lo que es lo mismo unos gnocchi cocinados con una cantidad indecente de mantequilla, y de segundo una exquisita polenta con unos tacos de queso de la zona cocinados directamente al fuego de la chimenea. No podía haber mejor despedida del Véneto que en un lugar así.
Confieso que aproveché las últimas horas de mi estancia para dar un nuevo paseo por Verona, y si caí en la tentación de visitar el balcón de Giulietta. Mucho turismo y mucho menos inspirador que los bellos paisajes que habían llenado mi corazón los días precedentes.
Como me explicaba mi querido amigo y excelente guía y compañero de viaje, (pugliese de nacimiento y véneto de adopción) el Véneto è una grande storia con l’amore dentro, una tierra de una importancia histórica relevante y que a ojos del viajero está impregnada con el amor de dos de las ciudades más románticas del mundo, Venecia y Verona. Habrá que volver al Véneto, con muchos más días a disposición…
Publicado en el Nº18 de la revista Magellan