Ha llegado el otoño. ¿No lo parece? Keep calm. El clima mide sus propios tiempos. No nos daremos cuenta y las hojas de los árboles amarillearán y comenzarán a poblar las calles y los parques de nuestra ciudad. Mientras eso llega, que será pronto ¿por qué no trazamos un plan para llenar unos pocos días de esta estación que en París adquiere una mágica dimensión?
Antes del inevitable ajetreo que siempre provoca la Navidad, tenemos por delante un tiempo ideal para realizar una fugaz escapada que nos aleje momentáneamente de las obligaciones que complican nuestras vidas. Y qué mejor lugar que París para dejar atrás los excesos del verano y disfrutar de los colores amarronados y ocres que escenifican la madurez de un año que se acerca a su final.
París es la capital de Francia. Irrebatible. Si en algún lugar del mundo los viejos tópicos dejan de ser una obviedad para convertirse en la mejor guía de viajes ése no es otro que la ciudad que ni siquiera los nazis se atrevieron a destruir, como bien novelaron Dominique Lapierre y Larry Collins en su memorable ¿Arde París?
La metrópoli más visitada del mundo es la ciudad de la luz, de la vida bohemia, del amor, la que añoraba Humphrey Bogart en la mítica Casablanca, la que pasea a orillas del Sena. Es la que enseña el camino al cielo desde la Torre Eiffel después de haber bailado pícaramente en el Moulin Rouge o la que nos enseña todos sus secretos en el Museo del Louvre. Son, todas ellas, diferentes versiones de un mismo original, el París que no se cansa de sorprender al viajero.
Un París más reservado
Pero existe un París, si no secreto sí más reservado, alejado de las postales más turísticas. Es el París de la calle, el que hay que patear durante horas para llegarlo a conocer en profundidad. Como a un amor encubierto, oculto a las miradas más superficiales.
Cuando el verano se marcha, la magia entra en la ciudad para obsequiar al visitante con un cromático paisaje en el que el color verde deja paso a un espectáculo de colores amarillo, rojo, marrón, tierra y naranja que transforma la capital francesa en un cuadro impresionista de Monet. Y bajo ese colorido manto, París muestra sus encantos menos conocidos por el turista ocasional.
El primer rincón que emerge desde el mismo corazón de la metrópoli francesa es la Sainte Chappelle. Eclipsada por la grandiosidad de Notre Dame, esta pequeña capilla gótica que tiene la luz como esencia de su diseño se encuentra en pleno centro de la ciudad, detrás del Palacio de Justicia. En pie desde hace ocho siglos, está edificada sobre dos plantas y sus más de mil vidrieras narran historias bíblicas.
Montmartre, el barrio de Amelie
El Barrio Latino invita a seguir indagando entre sus calles. Dibujos, acuarelas, ilustraciones, retratos y fotografías se amontonan sobre las aceras en el que fue uno de los centros neurálgicos de la vida bohemia e intelectual, bajo la tutela de la afamada universidad de la Sorbona. Cafeterías, restaurantes con cocina de todo el mundo o el mercadillo dominical hacen de este barrio parisino uno de los más atractivos de la ciudad.
Sólo Montmartre le supera en admiración y prestigio. Núcleo de la vida artística, donde pintores y escritores pudieron y supieron expresar su arte sin cortapisas, este distrito se ha reconvertido en un epicentro multicultural y mundano gracias al tremendo éxito de la película Amelie. Le Café de Deux Moulins, donde trabajaba la protagonista, sigue siendo lugar de peregrinación del viajero más curioso. La fiesta de la vendimia, que se celebra para recibir el otoño, es otro motivo más para visitar este icónico rincón parisino, además del espectacular mural ‘Je t’aime’, en la Place des Abesses, que expresa un homenaje al amor en 300 lenguas y dialectos en 40 metros cuadrados de lava esmaltada.
Un oasis urbano
El arte no es sin embargo exclusivo de Montmartre. Más de 40 emplazamientos a lo largo y ancho de de la capital se coordinan para celebrar el itinerante Festival de Otoño, donde artistas internacionales muestran sus mejores facetas en la música, el cine, el teatro o la danza en medio centenar de espectáculos.
Le Bois de Vincennes es un recóndito parque ligeramente alejado del centro en el que huir del bullicio del núcleo urbano. Jardines, lagos, un zoo, un hipódromo, un teatro o un templo budista son algunas de las curiosidades que se pueden encontrar en este oasis urbano en el que refugiarse y descansar después de horas recorriendo calles sin un rumbo determinado.
El emblemático tíovivo del Jardín de las Tullerías, situado sobre un manto amarillento y naranja de las hojas secas caídas de la arboleda que lo cubre, es otro interesante escondrijo donde detener la marcha. Allí, además de respirar el aire otoñal de París mientras se traza una nueva ruta para continuar la marcha, que tal vez lleve hasta el Boulevard du Montparnasse o al distrito de Le Marais y sentarse en una de sus cafeterías con la única motivación de ver pasear a la gente.
La adoquinada y vetusta Rue de Mouffetard, con sus puestos de frutas, pescaderías o panaderías, la futurista zona financiera de La Défense o la monumental Plaçe des Vosges, la más antigua de la ciudad son tan buenas alternativas como cualquiera de las infinitas propuestas que hacen de París un destino altamente recomendable para este otoño que, nadie se preocupe, climáticamente está a puntito de caer.