“La velocidad del vapor, como es fácil concebirlo, quedó notablemente rebajada, y se pudo calcular que la llegada a Hong Kong llevaría veinte horas de atraso y quizá más si la tempestad no cesaba.
Phileas Fogg asistía a aquel espectáculo de un mar furioso que parecía luchar directamente contra él, sin perder su habitual impasibilidad. Su frente no se nubló ni un instante, y sin embargo, una tardanza de veinte horas podía comprometer su viaje, haciéndole perder la salida del vapor de Yokohama. Pero ese hombre sin nervios no experimentaba ni impaciencia ni aburrimiento. Hasta parecía que la tempestad estaba en su programa y estaba prevista. Mistress Aouida que habló de este contratiempo con su compañero, lo encontró tan sereno como antes.”
Jules Verne
Le Tour du monde en quatre-vingts jours
Los retrasos, las cancelaciones y los overbooking, hoy tan al orden del día, parecen haber acompañado al viajero desde que los mismos viajes existen, pero aún así uno no logra acostumbrarse a las inclemencias del destino cuando uno es víctima de ellos. “¡Oh mundo cruel!”, “¿Por qué yo?”, clamas al cielo cuando te ocurre. Quizá Verne tenía razón, y las cosas salen mejor cuando uno mantiene la “serenidad”. Claro que, no todo el mundo es Phileas Fogg, y por supuesto, no todo el mundo cuenta con 80 días de margen para viajar por el mundo. ¿No?
Estas vacaciones servidora contaba sólo con 15 días en concreto, y se había fijado como meta la increíble hazaña de recorrer 10.000 kilómetros, con dos escalas de por medio, en 24 horas. No había apuestas de por medio, pero podría decirse que sí que había arriesgado la mitad de mi fortuna en ello. Era algo que en pleno siglo XXI, no me parecía tan descabellado… Aunque, está claro, servidora se equivocaba.
Ese destino cruel del que hablaba unas líneas atrás quiso enseñarse con la osada viajera desde el principio. La cosa empezó calmada. “Una hora de retraso. Parece que tenemos incidencias técnicas”. Todo controlado, pensamos. Un café, una vuelta por el aeropuerto y salimos, me dije. Pero a esa hora la seguirían 30 minutos más. Y otros 30. Y otros 30 más…
La serenidad es una virtud que uno puede poner en práctica con relativo éxito hasta que sus horas de margen para atrapar su próximo vuelo empiezan a evaporarse. Entonces la serenidad se transforma en inquietud. Y, tras cinco horas de espera, en algo parecido a la furia. Furia impotente, claro, porque, ¿Qué puedes hacer?
Puedes tomarte otro café. Puedes enfadarte y tomarla con el pobre chico que te ha dado la mala noticia. Puedes también cambiar el café por un vino. O dos. Puedes volverte loco haciendo cábalas sobre qué vuelos perderás y cuales no. Llamar a la agencia y gritar. Puedes llorar. También puedes reír (nerviosamente)… Pero, siendo realistas, nada cambiará sustancialmente tu situación. Y allí seguirás, cual Fogg, esperando ‘serenamente’ que tu avión tenga a bien salir.
Tras más de cinco horas de espera, servidora perdió como era de esperar sus conexiones, llegando a su destino unas 48 horas más tarde. Fracaso absoluto de la expedición. A veces da gusto no ser Fogg. Aunque durante nuestras peripecias sí que aprendimos bastantes cosas. Entre ellas, que si uno pierde sus vuelos, puede que no pierda la mitad de su fortuna como el británico, sino que incluso pueda recuperar algo…
Ahí van algunos consejos de viajera algo experimentada para aquellos a los que el destino decide maltratar.
Si tu vuelo sale con retraso, lo primero que hay que hacer es guardar siempre todos los documentos que tengas al respecto. TO-DOS. Billetes de avión antiguos y nuevos. Tickets de compras realizadas durante esas horas de retraso. Información de salidas. Todo. Hay que hacer las reclamaciones serenamente y en el momento en que los retrasos te hacen llegar a tu destino final tres horas más tarde de lo esperado. Y guardar el resguardo, claro.
Si el retraso es culpa de la compañía (no cuentan problemas climatológicos, tampoco si te avisan dos semanas antes, o si te hacen un cambio de billete a otro vuelo y llegas a tiempo a coger tus conexiones.) tendrás opciones de recuperar algo de esa fortuna perdida. Eso si, y es muy importante: siempre y cuando hayas contratado todos tus vuelos (aunque sean diferentes aerolíneas) a través de la misma compañía.
Te devolverán más o menos dependiendo de los kilómetros que te separen de tu destino final. Y también, claro, del lugar de origen de tus vuelos, y de tu compañía. En el caso de vuelos que salen de la Unión Europea, o que se realizan con compañías europeas, si sufres un retraso de más de tres horas (en tu destino final), no te dejan entrar al avión porque hay ‘overbooking’, o si anulan tu vuelo, puedes recibir si reclamas: unos 250 euros por persona, para vuelos de menos de 1.500 kilómetros; mínimo 400 euros, si son más de 1.500 kilómetros; y unos 600 euros, si superas los 3.500 kilómetros.
Aunque lo más fascinante de todo lo que aprendí durante mi periplo son la cantidad de webs activas que te ayudan a tramitar tus reclamaciones formales a las compañías una vez vuelves a casa. Según parece, los trámites resultan tan complejos que muchos viajeros desisten en su intento, pero muchas veces el viajero tiene las de ganar y merece la pena insistir. Estas webs realizan todas las gestiones, y se quedan con un 25% de lo que recibas como indemnización. Parece mucho, pero antes que desistir y perder toda la indemnización, merecen la pena.
Para todo lo demás –esperas, colas en los puestos de la compañía, noches en aeropuertos inhóspitos, y estancias inesperadas en lugares imprevistos…– serenidad y buenos alimentos. Y si la dicha es buena, y el destino (y la duana u oficina de inmigración) se comporta, quizá tengas la oportunidad de explorar lugares que ni te habías planteado. Seguro que Fogg estaría de acuerdo: al final, no hay mal que por bien no venga.
Lea Buendía
1 comentarios
Información muy interesante para todos los q en alguno de nuestros viajes nos encontramos con retrasos en los vuelos