Hay una duda con la que viviré eternamente y se refiere al hecho de que nunca sabré porque consigo cerrar a la perfección mi maleta antes de emprender un viaje, y soy completamente incapaz de hacer lo mismo con el equipaje de regreso. En honor a la verdad supongo que la única explicación es que soy muy ordenada con la disposición de la maleta cuando la preparo, y en el momento de la vuelta me parezco mucho más a mis amadas heroínas de película, de esas que cuando se enfadan cogen la primera bolsa que pillan y la llenan rápidamente de un millón de cosas para luego cerrarla tan fácilmente. Como las envidio…
Por otro lado he de confesar que a nivel de equipaje soy de la especie viajera “por si acaso”. Esto, antes de los vuelos low-cost, funcionaba a la perfección y podía viajar con mis maletas atiborradas de cosas que luego no me ponía ni media hora durante las vacaciones y que volvían a casa tan dobladitas como me las había llevado. Pero claro los tiempos cambiaron y un día me encontré con terror frente a una maleta de escasas dimensiones que abierta sobre la cama me miraba desafiante diciéndome “venga valiente a ver cómo te las arreglas hoy”…
La primera vez fue bastante complicado, y me di cuenta enseguida de que aquello no iba a funcionar. En cambio muchos viajes low-cost después, gracias a mi esfuerzo y dedicación, he llegado a hacer mi equipaje de mano como mi querido Clooney en “Up in the air”. Quizás el momento más complicado fue durante mi último viaje a Londres en el que la ciudad ofrecía unas rebajas de invierno realmente asombrosas y por tanto era imposible controlar a la compradora compulsiva que llevo dentro y que en ciudades como Londres o Nueva York se descontrola por completo. Pero en esa ocasión conseguí desafiar las ridículas dimensiones de mi maleta y opté por algo tan sencillo como viajar con una preciosa camisa que era una ganga, dos pullovers de lana imposibles de dejar atrás, una chaqueta y un chaquetón, además de una preciosa bufanda de colores situada estratégicamente sobre un foulard. No fue el vuelo más cómodo de mi vida pero sin lugar a dudas el más caluroso.
Al final viajar con el equipaje de mano se ha convertido en algo habitual y hay que reconocer que el ahorro de tiempo que representa es todo un lujo en estos tiempos en los que más de una escapada es tan breve que regalar una hora de vida contemplando la cinta transportadora es todo un desperdicio. Por otro lado no puedo negar que no hay momento más estresante en un viaje que ese horrendo instante en el que llevas media hora mirando la cinta, (como si por el hecho de clavar tu vista en ella fuera a hacer que se activara por arte de birlibirloque), y entonces la salida de equipajes empieza a disparar maletas de todos los tamaños y diseños y ves a todos tus compañeros de vuelo como empiezan a sonreír aliviados mientras alegremente retiran sus equipajes (luchando contra esa especie humana que siempre me ha intrigado y que son esos viajeros que permanecen anclados a la “pole” de la cinta sin moverse un milímetro de su sitio a pesar de que tu tengas que dar mil y un codazos para llegar a coger tu maleta. ¿Por qué lo hacen?).
Yo, como la gran mayoría de habitantes del planeta tierra, también he tenido mi momento de maleta perdida. Recuerdo como si fuera ayer ese momento en el caótico aeropuerto de Roma-Fiumicino en plenas Navidades cuando después de una hora y media de espera la cinta empezó a enviar por fin las maletas del vuelo de Barcelona. Una maleta, dos maletas, diez maletas, cien maletas….y el recorrido de la cinta que llega a su fin. Esperas un poco pensando que ahora llega el otro furgón con tu maleta, ves que de tus compañeros de vuelo no queda nadie, empiezas a angustiarte, y cuando después de 35 minutos ves que la misma cinta anuncia la llegada de los equipajes de Praga es cuando te das de bruces con la cruda realidad y entiendes que tu maleta se ha perdido!!!
Si perder el equipaje es un verdadero desastre, que te suceda en el aeropuerto de Roma un 27 de diciembre no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Tras desesperarme en el mostrador de las líneas aéreas durante horas, y tras viajes infructuosos de Roma al aeropuerto durante 3 días seguidos tuve la gran suerte de que mi particular ángel de la guarda descubrió que mi maleta se hallaba perdida en el aeropuerto de Orly. Tuve que batallar duramente con la empleada del mostrador y aún recuerdo su cara de asombro cuando tras aceptar llamar a Paris me confirmó que mi maleta llegaría esa misma tarde a destino. Sé que no todos los viajeros que pierden sus maletas han tenido mi suerte, y ahora a escasas horas de coger un avión me encomiendo al santo patrón de los equipajes perdidos para que cuide con mimo mi enorme maleta…
En definitiva no hay viaje sin maleta y no hay maleta sin viaje, así que si aún no lo habéis hecho os recuerdo que Gladiator, que de maletas lo saben todo, regala un fabuloso kit de las suyas al ganador del tercer premio del 1er Concurso de Relatos de Viaje que organiza Magellan junto a la Escuela de Escrituras Laboratori de Lletres. Yo sinceramente me presentaría…..(bueno yo no que no me dejan, pero a vosotros os lo recomiendo muy sinceramente!)