El otro día salía yo del metro tranquila, escuchando música y subiendo las escaleras con una energía y entusiasmo matinales poco habituales en mi –a modo de propósito de año nuevo efímero, claro– cuando, justo al pisar la calle, uno de esos habituales asaltantes que venden desde rosas a mundos mejores me preguntó barrándome el paso con un librito… ¿Y tú, qué tipo de persona eres?
Tuve que parar el iPod de golpe y guardar a toda prisa el libro que aún tenía en mis manos en el bolso. Aquello iba a llevar tiempo. Definitivamente no era pregunta para un lunes después de las vacaciones de Navidad…
Podría haber respondido mil cosas. Las mismas que memorizas para recitar con cara convincente en una entrevista de trabajo. O las que le dices al oído a tu primera cita en un restaurante a la luz de las velas. Podría incluso no haber respondido. Pero me salió un ahogado “pues, ni idea”. Ahogado por lo de las escaleras a pie, obviamente, y el “ni idea”, porque es tan difícil esto de las etiquetas, que resulta hasta absurdo, ¿no?
Dicho esto intentó venderme un librito espiritualmente espiritual que refusé amablemente y me fui cavilando posibles respuestas.
O más bien fantaseando.
“Es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos, y tiene un vestido de flores grandes, grandes de una seda tupida… Sabe muchas muchísimas cosas, pues vivía ya mucho…” que diría Hans Christian Andersen, me habría gustado responder.
Llegué al trabajo e hice una búsqueda rápida. Tipos de personas. La lista de listas era interminable. Hay etiquetas prácticamente para todo. Y buceando, claro, encontré otro interesante tema con un submundo de categorías. Dime quién eres y te diré como viajas… La lista de listas es también infinita.
Ciertamente hay muchas formas de viajar, infinitas me gustaría pensar, pero parece que en la práctica las personas, si algo somos, es predecibles.
Leo que, según un informe publicado a mediados del año pasado, el Future traveller tribes 2030, en un futuro habrá básicamente seis tipos de viajero: los comprometidos, los comodones, los culturetas, los 2.0, los lujosos y, claro, aquellos que viajan no por placer si no por obligación laboral. Leo también las listas siguientes: los agarrados, los clásicos, los alternativos, los que se agobian si no lo ven todo, los que prefieren la playa a la cultura, y los que prefieren la fiesta a los museos.
¡Hay incluso clasificaciones por animales! La oveja (o guiri de manual), el león (o aventurero empedernido), el camaleón…
Ciertamente hay para todos los gustos. Sigo leyendo y me animo.
Están también los fotógrafos, los que coleccionan todo (inútilmente) desde servilletas a camisetas, los que no saben ir sin guía y los que nos saben ir sin ser guías. Los derrochadores, los conservadores, y los tremendamente desconfiados.
Yo podría ser de esos, pienso cada vez. Sí, hago fotos hasta del aeropuerto de salida. Podría tirar 3.000 en una mañana y no verlas nunca más. Y además las haría dobles: con la cámara y con el teléfono móvil, para colgar la correspondiente foto en mis 20 redes sociales, claro. Fui a Cuba y di hasta la última camiseta que llevaba en la maleta, me interesé por su historia, y me fasciné con su cultura. Y me fui tocada y enamorada del país. Lo mismo que cuando he viajado a África. Pero a la vez regateé y negocié hasta el último centavo, que había que llegar al final del viaje con algo en los bolsillos. Luego me fui a Nueva York y en vez de vaciar la maleta, compré una segunda para rellenarla con mis compras compulsivas por la gran manzana. Y confieso: renuncié a ver DOS museos por irme a tomar unos manhattans y de fiesta por una noche. Y eso que soy de las que quieren ver todo lo que sale en la guía. Y lo que no. Que tampoco hay que ser el típico turista que va solo a lo recomendado. Hay que ser un poco aventurero. Bueno, quizá de eso sea lo que menos. ¿Cuenta comer en restaurantes de sospechosa reputación en Londres o subir a la Torre Eiffel aún teniendo vértigo? También he lavado camisetas en riachuelos dónde luego he sabido vivían caimanes… Vale, eso quizá sea más de inconsciente que de aventurera. Comodona también soy un rato. Odio organizar vuelos, gestionar las reservas, llamar a los hoteles… pero ¡hombre! de ahí a irme a una agencia… ¡Ah!, y por supuesto, escribo diarios, colecciono periódicos de los sitios a donde voy, y sí, para qué ocultarlo, compro imanes de nevera cuando estoy fuera pero protesto por los puestos de souvenirs feos de mi ciudad. Soy exactamente ESE típo de viajera.
Y una persona viajada y viajante, claro.
¿Y tú?
Lea Buendía
1 comentarios
Haahhhaa. I’m not too bright today. Great post!