En estos últimos días todos los servicios de noticias dedican amplios espacios a informar a todos los viajeros (o no…) acerca de cuáles son las previsiones del clima en Semana Santa, y en muchos casos a medida que el mapa se va llenando de paragüitas y nubes por doquier observamos el rictus de tristeza en la cara del meteorólogo que dice resignado: “pues nada que el viernes, sábado y domingo está prevista lluvia…”.
Este cúmulo de previsiones del tiempo, especialmente en estas fechas, me ha recordado lo que le pasó a un amigo mío que gestiona un bellísimo agroturismo en la campiña Toscana. El pasado año por estas fechas me explicó, tremendamente decepcionado, el elevado nivel de cancelaciones que había tenido tras haber confirmado sus clientes que en el centro del Chianti, como en muchas otras partes de Italia, se había previsto lluvia durante todas las vacaciones de Pascua. Una a una todas las familias que habían reservado unos días en su finca optaron por cancelar la estancia para permanecer en sus ciudades de origen en las que también se había previsto la misma lluvia. Cuando le llamaban para anular la estancia él les decía – “¿pero porque no vienen igualmente a conocer la zona? ¿tenemos muchas opciones culturales, lugares de ocio en espacios cerrados, restaurantes increíbles que sólo se encuentran en esta región?” – pero fue tiempo perdido y ninguno de los huéspedes reservados optó por mantener vigente el booking.
Y yo pienso que lo bueno de las primeras mini-vacaciones del año es que son un verdadero oasis entre la Navidad y el verano, que son días para el relax, la desconexión y la diversión y que a lo mejor estaría bien afrontarlas con un espíritu algo diferente ya sea con lluvia, truenos o relámpagos. Que aunque no queramos admitirlo nos hemos acostumbrado a tenerlo todo tan planificado y organizado en nuestras vidas que cuando el tiempo no nos quiere dar la razón parece que uno se tiene que replantear hasta el viaje.
Hay pequeños rincones y maravillosas ciudades que pasadas por agua no pierden ni un ápice de su encanto, y a veces correr bajo la lluvia que regala el bello cielo de Roma, contemplar desde cualquier punto de Sicilia cómo se pierden en el mar las gotas de lluvia que se mezclan con el Mediterráneo, o escuchar la sinfonía de un diluvio mientras se disfruta de una chimenea en una casita rural de cualquier pequeño pueblo es un verdadero regalo para los sentidos. Además con esta premisa es muy posible que algunas capitales del mundo no podríamos visitarlas nunca jamás…
Así que con lluvia o sin ella a seguir viajando siempre!
(Queda excluido de este escrito el colectivo motero, del que formo parte y al que la lluvia sí que trastoca de facto y sin excusas la mayoría de planes 🙁 )
1 comentarios
Qué razón tienes Olivia! ¿Qué importa el tiempo qué hace, haga sol o llueva, cuando lo realmente importante es tener el tiempo de viajar? Hay que disfrutar el momento…bajo el sol o la lluvia!