Viaje a Islandia con el objetivo claro de disfrutar del mágico e indescriptible espectáculo de luces y formas de este fenómeno natural
I Islandia, tierra de vikingos, volcanes cubiertos de hielo, grandes glaciares, preciosas cascadas, fumarolas, geyseres, campos de lava que se han convertido en su mayoría en praderas increíbles, y una costa abrupta y espectacular. La isla se puede visitar en cualquier estación del año pues ofrece una gran diversidad tanto en invierno como en verano, todo depende de lo aventureros que seáis.
Tiene una superficie de unos 100.000 km2 y unos 300.000 habitantes de los que 1/3 se concentran en la capital Reikiavik y 1/3 más en su área metropolitana. El resto habita entre las diferentes poblaciones situadas en las inmediaciones de la carretera principal que forma un círculo alrededor de toda la isla y en las granjas dispersas entre la costa y las montañas.
Nosotras visitamos Islandia en Diciembre cuando la luz solar diaria es más o menos de 5 a 6 horas. A pesar de esas pocas horas de luz y de una lluvia fina continuada, el paisaje es cautivador y espero que lo veáis con nuestros ojos.
Nuestro principal objetivo era ver el fenómeno de las Auroras Boreales y así iniciamos nuestro recorrido de 6 días en autocar partiendo de Reikiavik. Por climatología y tiempo nuestro viaje se centró en la zona sur desde el oeste hacia el este.
Llegamos a Reikiavik de madrugada y por la mañana nos dirigimos hacía la península de Snaefellnes en la parte occidental de la isla. Durante el recorrido vimos amanecer (a las 10 de la mañana) y ya encontramos el primer glaciar y un paraje protegido con una playa de aguas heladas donde las focas viven en su hábitat natural. Dejamos tranquilas a las focas y llegamos a Arnastapi, donde contemplamos el Océano Atlántico bravo e infinito y desde allí iniciamos un recorrido a pie hasta Hella por un camino que bordea los impresionantes acantilados observando maravillosas formaciones rocosas.
Y empezó a oscurecer muy deprisa, así que de camino hacía nuestro hotel en Borgarnes, el guía muy amable nos invitó a parar y bajar a la playa para verla de noche. ¡Impresionante y misteriosa con restos de naufragios!. De allí al hotel, cena exquisita y luego encuentro de grupo para comentar el día, preparar el siguiente y ponernos la ropa de abrigo, coger las linternas y salir del hotel hacía la parte más oscura a esperar la actividad de las Auroras Boreales. Este día no hubo suerte pero a pesar de que durante el día estuvo “chispeando” por la noche vimos el cielo despejado y estrellado y fue precioso.
La segunda jornada se inició de nuevo sobre las 10 de la mañana y recorrimos la zona de Borgarnes, hacia el interior. Subimos a ver los cráteres de Grávrók, una interesante caminata entre hielo y tierra de lava hasta la cima.
A continuación nos dirigimos a la zona de los hervideros de Deildartunguhver manantial de aguas termales con el mayor caudal de Islandia e incluso de Europa donde el agua emerge desde el centro de la tierra hirviendo a casi 100ºC. Es un gran espectáculo.
Seguimos hasta las bellas cascadas de Hraunfossar y Barnafoss, con sus emotivas leyendas y caminando por las pasarelas pudimos apreciar toda su magnitud.
De camino a nuestro destino de pernoctación en Hvolsvöllur volvió a caer el sol y llegamos de noche cerrada. La rutina fue la misma, cena y posterior reunión de grupo. Dado que esta zona queda aislada de luces artificiales parecía la idónea para “cazar” la Aurora Boreal y a ello nos dedicamos todo el grupo, entrando en zonas boscosas, caminos altos y esperando, esperando y esperando en la fría noche. Y no pudo ser, no se produjo el fenómeno.
Al día siguiente viajamos hacia la zona sur meridional. En esta zona de valles nos encontramos con la impresionante cascada de Seljalandfoss (se puede pasar por detrás de la cortina de agua) y caminando por el valle vimos entre rocas otras cascadas realmente preciosas.
Siguiendo ruta paramos en la zona del gran desierto de Skeidarársandur, escenario de una de las últimas erupciones volcánicas de fuego y hielo que arrasó varias granjas. Una de las familias nos explicó cómo han vuelto a resurgir de nuevo en el valle al pie de los volcanes con sus cráteres de hielo.
Llegamos a la cascada de Skögafoss una de las más espectaculares y famosas de Islandia, con acceso a un mirador en la parte alta que casi toca el agua. El tiempo se detiene admirando esta maravilla y recorriendo una y otra vez los accesos para fotografiar todos los rincones.
Por la tarde visitamos el museo etnológico de Skögar y el poblado de cabañas autóctonas de madera y turba, que nos permitió conocer un poco más a los habitantes de este país.
Impacientes llegamos al hotel para cenar, reunión y otra vez botas, guantes, gorros, linternas y anoraks para esperar la luz de color en el cielo, pero estaba nublado.
Cuarto día de viaje, son las 9:30 am, es oscuro y estamos a 5º. Cuando empieza a clarear nos detenemos en un paraje singular, desde donde se ven dos lenguas de hielo hacia el valle provenientes del glaciar Vatnajökull, el más grande de Europa que nos deja boquiabiertos.
Con este aperitivo y esperando ansiosos la siguiente parada llegamos la Laguna Glaciar de Jökulsärlon, en la parte este. Indescriptible a pesar de haber visto fotos.
Por un lado, la laguna nos deja ver una cantidad inmensa de bloques de hielo que se desprenden del gran glaciar flotando cerca de la orilla. Paseando por la arena vemos a las familias de focas que nadan tranquilamente en las frías aguas y se posan en el hielo. En esta época del año son los únicos animales que se dejan ver de cerca. No veíamos el momento de marcharnos a pesar del frío y la pertinaz lluvia.
Y al otro lado de la laguna otro espectacular paisaje, una playa con oleaje y el hielo transparente posándose en la arena negra de la orilla. Regresamos al autocar y de vuelta visitamos de cerca una parte del glaciar Svinafellsjökull, impresionante lengua de hielo y lugar de aventura para los más aguerridos y otra espectacular cascada que cae a través de paredes de basalto que parecen esculpidas expresamente.
Llegamos a Vík i Mýrdal para pernoctar y esa noche ya estábamos muy ansiosos por informarnos sobre la actividad de las Auroras Boreales. Parecía que lo íbamos a conseguir, así que a equiparnos y a desplazarnos a pie al lugar más alto y más oscuro. Después de un par de horas sin suerte y con la amenaza de viento huracanado, decidimos regresar al hotel. Esta población está en la costa y algunos valientes se aventuraron hasta la oscura playa.
Llegó el quinto día ya con destino de vuelta a Reikiavik y en el camino nos esperaban agradables sorpresas. El viento por la mañana empezó a ser muy importante, con lo cual el autocar circulaba con mucha prudencia para llevarnos a la playa volcánica de Reynisfjara y de nuevo el espectáculo superaba nuestras expectativas.
Luchando contra el viento y la lluvia bajamos a La Playa de Arena Negra con Rocas de Los Trolls. A la vista del mar embravecido, las olas rompiendo contra las formaciones de piedra, y las columnas de basalto a nuestras espaldas quedamos impactados. Después de innumerables fotos volvimos a lugar resguardado.
Cuando iniciamos ruta de nuevo pasamos por la zona de invernaderos calentados por la geotermia local donde se cultivan flores todo el año. Entramos en Reikiavik sobre las 4:30 pm y ya estaba oscureciendo, así que la visita panorámica de la ciudad la hicimos con una luz de atardecer de invierno recorriendo los lugares más característicos. El Paseo Marítimo donde destaca la escultura del Barco Vikingo, la escultura dedicada al músico Einar Benediktsson, el Parlamento, la Iglesia Luterana inspirada en columnas basáltica y el monumento a Leif Eriksson hijo de Erik el Rojo entre otros .
Visitamos el Northern Lights Center, donde nos explicaron y vimos cómo se forman las Auroras Boreales. Ni que decir tiene que nos pusieron los “dientes largos”, pues estábamos un poco decepcionados por no haber visto ninguna en nuestro recorrido.
Nuestro guía ya nos había hablado de la posibilidad de hacer una salida en barco esa misma noche para “cazar” la Aurora Boreal, pues había actividad y posibilidades de verla. Era nuestra penúltima noche en Islandia y dijimos que sí.
Nos llevaron al puerto y sobre las 11:00 pm salimos en un barco hacía mar adentro, totalmente equipados como si de “lobos marinos” se tratase. El barco ancló a unos km de la costa y en las cubiertas, con el frío intenso de Diciembre y de madrugada nos dispusimos a esperar el milagro. Y por fin ocurrió:
Entre la 1:15 am y la 1:40 am aparecieron en el cielo las luces de color, primero tímidamente y después con más intensidad. Los ojos, las cámaras, los trípodes y los móviles no paraban. Los colores y las formas iban variando, verde, naranja y al final la más bonita: verde, blanca y morada. Al fondo el puerto de Reikiavik.
El fenómeno duró una media hora y luego las luces se escondieron detrás de las montañas. Nosotros estábamos en shock mirando nuestras cámaras para ver qué habíamos captado y lo conseguimos. Yo tengo que decir que los momentos mirando al cielo mientras bailaban las luces fueron lo más emocionante e incluso irreal.
Y muy contentos nos dispusimos a afrontar el último día de recorrido. Desde Reikiavik nos dirigimos al Circulo Dorado. En el camino y mientras amanecía a las 10 de la mañana, paramos cerca de una granja para contemplar a los caballos islandeses, preciosos que se dejaban acariciar desde el cercado.
El siguiente destino, la impactante y preciosa Gullfoss llamada la cascada dorada, con varias zonas de pasarelas para poderla admirar desde distintos puntos. Desde allí nos dirigimos a la zona de surtidores en erupción de Geysir, donde los geyseres están activos continuamente y es un gran espectáculo. Después, en la zona geotermal de Secret Lagoon, disfrutamos de un casi privado relajado baño al aire libre. Por la tarde estuvimos en el Parque Nacional de Pingvellir sede del antiguo parlamento Vikingo y donde se visualiza la división de las placas tectónicas.
Regresamos a Reikiavik y nos dispusimos a descubrir la ciudad a pie. La capital tiene el encanto de calles impecables, iluminada y ambiente cosmopolita. Al ser sábado sus innumerables, pub’s, cafés, terrazas y restaurantes estaban a tope a pesar del frío de diciembre. Paseamos hasta el puerto y cenamos en un bonito restaurante. De vuelta ampliamos el paseo hasta el hotel y entretanto mirábamos al cielo por “si acaso” se veían otra vez las Luces del Norte.
Al día siguiente con las maletas preparadas y hasta que nos recogieron para ir al aeropuerto, salimos a dar nuestro último paseo por la ciudad bajo la lluvia y comprar algunos recuerdos. Os lo recomendamos.
Publicado en el Nº30 de Magellan