Viajar antes de la globalización

por Olivia Oporto

Aunque hoy nos parezca mentira hubo un tiempo en el que las avenidas de las grandes ciudades no compartían tiendas y era impensable encontrarse un “Zara” junto a Piazza Colonna o en pleno Manhattan. Hubo un tiempo en el que tu viajabas a Paris y “flipabas” con tiendas de ropa que no se parecían en nada a las que teníamos en Barcelona o recorrías Berlín y no te topabas con las mismas tiendas con las que años después habrías convivido en tu ciudad. Así era el turismo antes de la globalización. Llegabas a una ciudad y caminarla era recorrer un mundo desconocido para ti en todos los aspectos, no solo por sus museos, barrios, iglesias o propuestas gastronómicas, sino también por sus tiendas y comercios, que es en definitiva una buena manera de conocer las ciudades. Yo personalmente me alegré mucho el día que descubrí en las páginas de mi periódico favorito, que comparto la afición de recorrer los supermercados de las grandes ciudades con uno de mis escritores preferidos.

La primera vez que fui a Nueva York , y de eso hace ya algunas décadas, recuerdo como me impactó entrar a uno de esos supermercados abiertos 24 horas cuando en mi Barcelona natal no había ni por asomo algo similar en aquellos años. Me quede realmente asombrada ante la infinita cantidad de productos de todo tipo distribuidos en aquellas larguísimas hileras de estanterías que te podían ofrecer decenas de tipos de patatas fritas en una exhibición de colores y estrategias de marketing para que entraras sin voluntad de comprar absolutamente nada y salieras con varias latas de refrescos, unas patatas horrendas con sabor a cebolla, jamón y pimienta, y varios paquetes de galletas de chocolate de todos los tipos que sabías que en la vida encontrarías en Barcelona (o eso pensaba yo).

Acercarme a un supermercado es una buena manera de descubrir algo más del lugar que estas visitando, observar los hábitos de compra de los nativos del lugar, ver como llenan sus carros, y analizar un poco el comportamiento de la gente con los que durante algún tiempo vas a compartir rutinas.

Pero todo eso era antes, cuando cada ciudad tenía una propia identidad, cuando aún no se había producido lo que un economista denominó en su día la “McDonalización” de la sociedad, y cuando el factor sorpresa a este nivel era un componente importante de nuestro momento de callejeo por una nueva ciudad. Si bien admito mi pasión por muchas de nuestras grandes marcas, no es menos verdad que una punta de nostalgia se apodera de mi cuando paseando por Roma veo que mi amada “Rinascente” se ha reconvertido en un gigantesco “Zara”, y que confirmando y rubricando que el fabuloso catálogo del Sr. Ortega es el responsable del 90% de mi fondo de armario, no es menos cierto que esta progresión hacia la unificación global está quitando bastante “poesía” a nuestro planeta.

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