Como leche para requesón

por Lea Buendía

Hace unas semanas me pegué el gran madrugón para coger un vuelo intempestivo. Me levanté como pude, me vestí como supe y salí corriendo hacia el tren con la maleta a cuestas. En mi huída me dejé el café con leche recién hecho, también las llaves, y por supuesto, el abono del tren. Sudorosa, cargada como un burro y aún con legañas en los ojos entré en el vagón rezando por no haber olvidado también la tarjeta de embarque. Pero no. Una de cinco, no estaba mal.
Me senté junto a dos turistas madrugadores y abrí mi libro, aunque no leí casi nada distraída con el ambiente: abuelos de lo más activos, jóvenes de lo más dormidos y un variopinto surtido de viajantes con rostros indefinibles.

Cuando el tren salió de las profundidades de la ciudad había empezado a llover. Sonreí al ver la cara de sorpresa de mis acompañantes. Por el rojo de su piel deduje que no habían visto llover en Barcelona durante toda su estancia… ¡Bendito sol!  Cuando llegamos al aeropuerto ya habían sacado el chubasquero de la maleta, resignados.
Del tren saltamos todos en manada al nuevo y flamante metro de la ciudad, y de allí a la T1. No había cola para los controles, y cuando pasamos, las tiendas aún ni habían abierto. El aeropuerto era todo paz. Busqué mi puerta de embarque, me compré un café en la única cafetería abierta y me senté a esperar. En mi puerta de embarque había solo tres personas. Saqué de nuevo mi libro, concienzuda, pero seguí sin leer nada, pues un chico llegó para sentarse justo en frente y estorbar mi auto-aislamiento. Iba cargado hasta lo inimaginable. No lo van a dejar entrar con todo eso –pensé– mientras él intentaba colocar todas sus pertenencias de manera ordenada en los asientos. Ponía una bolsa, se le caía otra, y así una y otra vez.  La chica que tenia sentada al lado, que sí leía, lo miraba de reojo con desespero, primero. Y luego, ya divertida, no pudo más y se levantó para recoger uno de sus paquetes. ¡Cómo pesa! –le espetó ella con el paquete en la mano–. Sí, sí, es que es queso –le dijo él–, gracias. ¿Queso? –dijo ella sin soltar el paquete–. Si –respondió él–. Llevo mucho. La chica parecía súbitamente interesada –y yo también–. Estoy escribiendo un libro –soltó él, ya sentado con cinco cajas sobre sus piernas–. Ah, ¿si?, –respondió ella divertida–. De queso, deduzco.  Si, claro, –respondió él contento–, rutas del queso, cualidades, fabricas artesanales… ¡Me he engordado ya cinco kilos!. Ella sonrió y se sentó un asiento más próxima a él, y yo cerré un poco más mi libro. ¡Pues qué casualidad! –siguió ella–… es que soy estudiante de cocina y, además, me vuelve loca el queso. ¿Ah, si? –el parecía cada vez más animado–, oye, pues aquí en Cataluña tenéis unos productos excelentes. He estado haciendo una ruta por el Pirineo, visitando algunas fábricas en el Alt Urgell y la Cerdanya, por la zona del Cadí. Hay quesos excelentes. Vaca, cabra, oveja… También en el Berguedà hay queserías artesanas de muy alto nivel. Cerré el libro y saqué bolígrafo y bloc de notas.
¡Y el mató! –remató ella–. Cierto, el requesón es un producto buenísimo que no tenemos en Francia –dijo él asintiendo–. He estado también en el Bages, en Marganell, que es donde lo producen y luego por Girona para poder hablar también de la cuajada en el libro.
Hombre, pero en Francia no os podéis quejar –respondió ella riendo–. Por supuesto que no –ahora él sacaba pecho orgulloso–, si eres un amante del queso tienes que ir a Francia. La producción es extraordinaria.  Habrás tenido que seleccionar… –le preguntó entonces ella–, meter todos los quesos franceses da para una enciclopedia. Él rió. Si, claro –dijo–, he escogido sólo algunas rutas. Yo soy de un pueblo cerca de Montpellier, y allí cerca tenemos toda la región donde se produce el roquefort. En un pueblo que lleva el mismo nombre. Es la mejor ruta del libro, claro –continuó riendo–. Los paisajes son muy bonitos, verdes, y con las montañas calizas donde se produce el moho que hace el queso. ¡Ah, claro! –exclamó ella–, las condiciones climatológicas tienen que ser especiales, ¿no? Sí, sí, claro –seguía explicando él–. En esta región, en la meseta de Larzac –concretó–, hubo muchos terremotos y volcanes,y hay unas condiciones muy concretas para que pueda hacerse ese tipo de queso, por eso es tan especial.
Jolin, pues es bien interesante… ¿Y que más vas a incluir? – continuaba ella–. Pues un poco de todo –él sacaba ya sus notas, totalmente entregado–. Sobre todo Europa. Tengo ya la ruta del queso Emmental, por Burgdorf, en Suiza, que se puede hacer en bicicleta. No es de mis quesos favoritos, pero la ciudad es de origen medieval , y me interesaba mucho la historia del queso y su producción, que es muy interesante.
Hombre, el emmental es elemental en cocina –contestó ella riendo–. Lo sé, lo sé –asentía él–. También he dedicado parte del libro a Holanda. Quieras o no son uno de los principales países productores de queso: Gouda, Edam… En Alkmaar tienen un mercado del Queso que es de los más antiguos del mundo. También es muy interesante la visita. Y Alemania. He estado recorriendo la región de Schleswig-Holstein (sí, confieso que tuve que buscar de nuevo el nombre al escribir este post), que pese a la gran producción de queso que tiene, no es para nada conocida.
Pues mira, no, cierto, yo no la conocía –dijo ella con cara de sorpresa–. Ahora han montado muchas rutas del queso por allí –añadió él–, tienen unas 30 variedades diferentes de queso y actividades relacionadas muy interesantes por la zona, que también es muy bonita. Oye –dijo ella, poniéndose algo más seria–, y en el libro, ¿vas a incluir recetas y así?. ¡Mira! –respondió él incorporándose en la silla–, pues me alegro que me lo preguntes, porque tenemos esa duda ahora. Yo quería incluirlas en un principio, y he estado tomando notas de recetas artesanales y tradicionales, pero los de la editorial proponían incluir también recetas más modernas, y en eso estamos, porque habría que buscar más fuentes e inventar. Oye –dijo ella riendo–, pues si necesitas ayuda me dices, que me has dejado intrigadísima, y eso sí que es lo mío. Además el proyecto tiene muy buena pinta. Pues no te digo que no –respondió él sacando de nuevo el bolígrafo animado– dame tu número y tu mail, y si quieres hablamos. ¿En serio? –exclamó ella–. ¡Si, claro! –dijo él–. Ahora voy a Sicilia, otro templo del queso, pero cuando vuelva tengo que ver hacia donde tiramos con la editorial, y si quieres te llamo y hablamos. ¿A Sicilia? –dijo ella levantándose–, pues éste no es tu avión, eh.

El se giró de repente, miró el monitor, y se puso en pie con todas sus cajas.
Te acompaño si quieres –se ofreció ella–. Y se fueron charlando de sus quesos.

Al cabo de unos 10 minutos embarcamos y yo, curiosa, fui mirando para ver si la veía entrar en el avión. Pero, entrara o no, yo no la vi… Y fantaseé con una bonita historia de amor, recetas y magia quesera a lo Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, un libro-recetario que no sé cuantas veces habré leído. Y con Roquefort y esas montañas, con el emmental, el Idiazábal y la mozzarella di bufala, y con mi adorado mató. Ai… ¡Larga vida al requesón!

Lea Buendía

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