Pocos lugares en el mundo han logrado mantener tan intacta su naturaleza como las Seychelles. Las playas son pequeñas, limpias, de aguas transparentes; el interior es abrupto y frondoso. En sus mares proliferan todas las especies, desde los pulpos gigantes y los grandes tiburones-ballena, a los minúsculos peces de colores radiantes; por sus cielos vuelan pájaros de cualquier especie –sólo en Bird Island habitan más de un millón de ellos– y en su tierra se encuentran tortugas gigantes, algunas de 300 kilos y casi los mismos años, cobayas, tenrecs, iguanas y zorros voladores, estos últimos son una especie de murciélago considerados una delicia gastronómica nacional.
Flora y fauna convierten las Seychelles en un verdadero paraíso para los amantes de la naturaleza, en un lugar perfecto para el descanso. Sobre sus 1,3 millones de kilómetros cuadrados de plataforma marítima, apenas 455 son tierra firme y la mitad es zona protegida, repartida entre 115 islas, muchas de ellas deshabitadas y en las que la vegetación cubre casi todo. Algunas casas aisladas, pequeños grupos de viviendas y hoteles, como Victoria, probablemente la capital más pequeña del mundo. En la actualidad la población de las Seychelles es de unas 95.000 personas.
Victoria está situada en Mahé, la isla más grande de las Seychelles, en ella se concentra un tercio de la población de todo el archipiélago, y a pesar de ser la capital sigue teniendo una aspecto provinciano, con un encanto colonial tranquilo y un ritmo cadencioso.
Cuenta con apenas un par de docenas de calles y hasta hace poco sus vecinos presumían de que solo había un semáforo en toda la ciudad. Vale la pena visitar su animado mercado, en el que los pescados exhiben una brillante paleta de colores, desde azules y plateados a rosados o rojo escarlata como el bourgeois, un pez muy apreciado y sabroso a la parrilla.
También hay que pasear por el cuidado Jardín Botánico Mont Fleuri, que reúne casi medio centenar de especies de palmeras, árboles del pan, tamarindos, papayas y otras plantas tropicales, aparte de un centenar y medio de especies de orquídeas, y descubrir algunos edificios coloniales, no siempre bien conservados, abrazados por unas impresionantes montañas que parecen hundirse directamente en las aguas turquesas del océano Índico.
El icono de la ciudad es la Torre del Reloj, instalada en 1903 cuando las Seychelles se convirtieron en una colonia británica, se trata de una réplica del célebre Big Ben de Londres.
En la costa oeste de Mahé se suceden varias playas espectaculares y los mejores alojamientos. La playa más bonita de la isla es probablemente Beau Vallon, a tres kilómetros al norte de Victoria, que ofrece un amplio arco de arena blanca reluciente con sus características palmeras. Hay que disfrutar su auténtico ambiente marinero, con pescadores que venden sus capturas a última hora de la tarde a la sombra de los árboles takamaka tan característicos de las Seychelles.
Muy cerca están algunos de los mejores lugares de inmersión para el buceo, donde explorar pecios hundidos espectaculares. Incluso en los lugares más visitados, sean la playas o el interior, la sensación de paz y tranquilidad es total, no es raro ver, como en Grand Police, a pocos kilómetros al sur de Anse Bazarca, apenas una veintena de turistas comparte una playa de más de 600 metros.
A pesar de que el turismo es una de las fuentes de ingresos fundamentales para Seychelles, recibe anualmente alrededor de 370.000 turistas, no se muestra una especial preocupación por él. La capacidad hotelera del archipiélago es de 6.000 habitaciones, hay 3.000 más previstas pero paralizadas por una moratoria sobre la construcción de grandes hoteles en las tres islas principales, Mahé, Praslin y La Digue, para proteger su medio ambiente y promover establecimientos más pequeños controlados por los seychelenses.
Las islas
Como hemos comentado, Mahé es la mayor de las islas, en ella se encuentra el mayor número de hoteles. Las comunicaciones de un extremo a otro hay que hacerlas por estrechas y retorcidas carreteras. Lo más práctico es alquilar un Mini Moke, un pequeño coche que parece de juguete, muy versátil aunque, en ocasiones, le cueste subir algunas de las empinadas pendientes de la isla.
Una visita imprescindible, según el especialista Arenatours es a las islas de Praslin y La Digue. Para llegar a ellas primero deberemos tomar un pequeño avión desde Mahé y luego un barco, ambos trayectos merecen la pena. Desde el aire se divisan los pequeños islotes, las aguas verdosas junto a los arrecifes de coral y en el trayecto en barco se disfruta de la brisa y, con un poco de suerte, pueden verse delfines jugando en paralelo al barco.
En Praslin, se encuentra la Reserva Natural del Valle de Mai donde crece la gigantesca palmera que produce el coco de mar, de la que quedan unos 4.000 ejemplares. Pero sin duda lo mejor de Praslín son sus playas, especialmente Anse Lazio, en el extremo noroeste de la isla, un entorno de postal, de hecho, suele aparecer en los listados de playas más bonitas del mundo.
La playa, flanqueada por grandes rocas de granito en sus extremos, está bañada por aguas color turquesa, con palmeras y árboles takamaka. A pesar de estar considera una de las mejores playas de la isla nunca está demasiado llena. Otra de las playas más deseadas de la isla es Anse Volbert, ideal para tomar el sol y bañarse pero también para practicar deportes acuáticos. Justo enfrente hay un pequeño islote, Chauve Souris, al que se puede llegar nadando y bucear en su entorno.
Cambiamos de isla y nos vamos a La Digue, allí se encuentra otra playa espectacular, Anse Source d’Argent, que toma su nombre del barco de los primeros colonos franceses que poblaron la isla en 1768. Esta playa de ensueño, de arena blanquísima y bañada por aguas cristalinas, es una de las más fotografiadas del mundo, culpa de ello sea, quizás, las insólitas formar de sus rocas.
No podemos abandonar La Digue sin acercarnos a La Passe, un puerto minúsculo que conserva su atmósfera de otro tiempo, en el que hombres y mujeres charlan en el muelle mientras esperan a que llegue el ferry, los niños van en bici por las calles bordeadas de árboles y el sábado por la noche todos se juntan en el paseo para bailar y beber.
A pesar de su exuberante belleza, La Digue ha conseguido evitar en parte el creciente aunque moderado desarrollo turístico que tienen Mahé y Praslín. Tiene un ambiente más sosegado que las otras islas principales, con muy pocas carreteras asfaltadas y sin coches, es un destino para sentirse como en el paraíso.
Más información: www.seychelles.travel
1 comentarios
Seychelles es sinduda un lugar extraordinario. Yo tuve la posibilidad de estar alli dos años como asesor en el grupo de ganaderia y vivia a 1km escaso de Beuu Vallon. Los naturales de Seychelles muy amistosos